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Reportaje:EXCURSIONESBARRANCO DE VILLACABRAS

Más que melones

Todo español tiene grabado en algún lugar del encéfalo, profundo y viscoso como la siesta de verano que suele interrumpir, este alarido: "¡A cala y a prueba, melones de Villaconejos!". A nadie puede sorprender que estas cucurbitáceas, pregonadas sin cesar incluso donde están prohibidas la venta ambulante y la megafonía, copen las dos o tres líneas que las guías turísticas dedican a este pueblo del sureste madrilefio, cuyo Museo del Melonero es parada obligada entre Aranjuez y Chinchón. De las alusiones al barranco de Villacabras, en cambio, cabe decir lo mismo que Tácito observó sobre ciertas caras en el funeral de Junia: brillan por su ausencia.El barranco de Villacabras no es la garganta del Cares, para qué vamos a engañarnos. Pero, dentro de la limitada perspectiva de un garbeo dominical, causa admiración ver el tajo que un arroyo tributario del Tajuña, habitualmente seco, le ha dado a este páramo yesífero con el concurso de los siglos, tallando acantilados de 50 metros de altura que son refugio de una fauna y una flora mucho más ricas de lo que pudiera pensarse, si es que alguien piensa en ello.

En su busca, saldremos de Villaconejos por la calle del Calvario y seguiremos de frente por una pista de tierra que, a los 300 metros justos, depara la primera sorpresa de la jornada. Se trata de la cueva del Fraile, una oquedad labrada en un cerrete a la vera del camino que, al parecer, fue bodega de unos carmelitas instalados en estos pagos hacia 1734. Tal es la fecha que aparece cincelada, junto a un escudo, en el pétreo dintel. Dentro, 19 arcos delimitan unas a modo de hornacinas donde encajarían las tinajas del frailuno sanguis. Durante la guerra civil, un batallón de castigo se esforzó en prolongar la cueva sin razón aparente, seguramente porque era de castigo.

Ignorando los desvíos a la izquierda que se presentan a 1.200 metros y a dos kilómetros del inicio, avanzaremos siempre por el camino más trillado, entre campos de cereales y olivares. Y viñedos: otro cultivo de larga tradición en Villaconejos, que cuenta con bodegas centenarias como la de Luis Roldán (el honrado, no el otro). Sin embargo, apenas veremos melonares; como es obvio que no todos los melones de Villaconejos que se anuncian en España proceden de Villaconejos, porque el municipio estaría empedrado de frutos ovoides, quizá convenga aclarar que algunos empresarios locales los siembran en Ciudad Real y los etiquetan aquí.

A tres kilómetros largos del pueblo -una hora de suave andar-, alcanzaremos el nacimiento del barranco, que está señalado por un solitario chopo. Poco más abajo, la fuente de Villacabras vierte en un pilón de roca caliza -roca del vecino Colmenar de Oreja, la misma que lucen el Museo del Prado, el Palacio Real y la Almudena- sus aguas ricas en sulfato sódico, muy apreciadas antaño como purgantes y para las afecciones de la piel, producto de la filtración de la lluvia a través de las capas salinas del terreno. Y, más abajo aún, nos asomaremos a varias covezuelas artificiales, alguna con ventano de piedra sillar, donde el agua soterraña se acumula gota a gota en límpidas balsas. Estas cavidades y los ruinosos depósitos que pueden verse en la margen superior izquierda del cantil son los restos de una industria que llegó incluso a exportar a Francia tan preciada linfa en el XIX, el siglo de las aguas salutíferas.

El agua que en primavera anega el fondo del barranco no nos dejará otra opción que avanzar por lo alto del cantil de la margen derecha. Así, y hasta que otra rambla lateral nos corte el paso un kilómetro más adelante, gozaremos a vista de pájaro de estos vertiginosos escarpes, que están tapizados de arriba abajo por espartos, higueras, mimbres, carrizos y tarayes. Veremos mil florecicas -amapolas, jazminorros, piornos de los yesos-, aves -aviones, abejarucos, halcones- y mariposas como la Zerynthia rumina, tan escasa como los madrileños que conocen Villaconejos por algo más que sus melones.

Verde, florido y húmedo

- Dónde. Villaconejos dista 50 kilómetros de Madrid. El acceso más directo es por la carretera de Andalucía (N-IV), desviándose por la M-404 hacia Ciempozuelos y Titulcia, para seguir desde aquí hasta Villaconejos por la M-320. Hay autobuses de la empresa La Veloz (teléfono 914732992) que salen de la plaza de Legazpi. - Cuándo. Paseo de dos horas y media de duración -ocho kilómetros, ida y vuelta, en total-, con un desnivel prácticamente nulo y una dificultad muy baja, que debe hacerse en primavera para gozar del barranco en todo su esplendor: verde, florido y con abundante agua.

- Quién. Ramón Martínez Lominchar ha dirigido la guía Rutas del Tajuña (Los Libros de la Catarata, teléfono 915320504), en la que se proponen ésta y otras excursiones por los entornos de Villaconejos, Titulcia, Morata de Tajuña, Colmenar de Oreja y Chinchón.

- Y qué más. Cartografía: hojas 19-24 (Aranjuez) y 20-24 (Chinchón) del Servicio Geográfico del Ejército, o las 605 y 606 del Instituto Geográfico Nacional. Se recomienda, por último, llevar calzado de montaña -el terreno es muy húmedo y sumamente resbaladizo- y agua propia, pues la fuente de Villacabras mana muy cerca de cultivos tratados con abonos y pesticidas.

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