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El instinto maternal

ESPIDO FREIRE

Las guarderías vascas han entrado en crisis. Pocos niños, y demasiada competencia entre ellas, a la que se suma ahora el golpe definitivo de la apertura en los colegios de aulas para niños de dos años. Hay voces discordantes que afirman que si malo era ya que un bebé de dos años asistiera a una guardería, la alternativa de los colegios ronda lo descabellado. Los niños, según ellos, deberían estar con su madre. De eso no cabe la menor duda. Los niños deberían estar con su madre. Y con su padre. Y con sus abuelos. Deberían tener más de un hermano, y criarse en contacto con la naturaleza, con otros niños, y con una combinación adecuada de ocio, responsabilidad y trabajo.

Son las madres las que, por lo habitual, cargan con la culpa. Al parecer, las mujeres modernas son brujas sin corazón que se empeñan en continuar trabajando, y dejan a sus desvalidos bebés en manos de extrañas con tal de satisfacer su ambición. Sobre ellas caerá el peso de una sociedad desorientada e insatisfecha.

Hace falta un empeño y un tesón considerable para tener un hijo en la época y la sociedad que nos ha tocado en suerte: una vocación clara y una capacidad de sacrificio excepcional. Supone una serie de gastos elevada, una evolución personal acelerada y un descenso en el nivel de vida inmediato. Implica también una revisión de los principios de la pareja, o una decisión en solitario por parte de la madre. Significa enfrentarse al resquemor de la mayoría de las empresas, que no siempre ven con buenos ojos una baja maternal, y, en ciertos casos, la pérdida de trabajo de la madre, bien forzada, bien solicitada por ella a favor del hijo.

En esta obra el papel más ingrato continúa siendo el de la mujer. Ella experimenta sobre su cuerpo los cambios físicos y psicológicos del embarazo, que no siempre es esa etapa de beatitud y recogimiento que nos han transmitido. Sufre también los dolores del parto, y las consecuencias posteriores, desde la depresión a la obesidad o los trastornos hormonales.

Parece comprobado que si ha cambiado un trabajo remunerado por las tareas de la casa y el cuidado del niño, el estrés y el resentimiento aumentan. Pero si por el contrario, continúa trabajando mientras el niño es muy pequeño, los sentimientos de culpa no cesan. Se encuentre en la situación en la que se encuentre, ninguna es la ideal, o más bien, la otra parece la acertada. Por lo demás, la crítica social no perdona. Si se dedica en exclusiva a los hijos, es una maruja sin aspiraciones. Si no lo hace, la ambición y la codicia la devoran, y carece de instinto maternal.

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La idea generalizada de ese instinto maternal, y la convicción de que los hombres no se interesan por los niños hasta que han llegado a la edad de razonar no ha abandonado nuestras mentes. La mujer debe colocar a su familia por encima de metas y logros profesionales. Si, por el contrario, es al padre a quien se le ofrecen posibilidades de medrar en su carrera, es lógico que la esposa y los hijos le ayuden. El ascenso social femenino recibe aprobación si la mujer es aún joven y soltera; la idea subyacente es que si desea continuar en la cima, ha de conservarse lo más joven y libre posible. Un hombre soltero, por el contrario, mueve a la suspicacia. Las estadísticas muestran que los varones casados gozan de mejor salud, mayores cuidados y óptimo rendimiento laboral. En el caso de las mujeres, esos factores se dan entre las solteras.

Estupendo panorama, por lo tanto, para las mujeres vascas. Desolador futuro para los niños de las generaciones venideras. Sin una política coherente de ayuda a las familias, sin un apoyo intenso y efectivo de las empresas a la mujer, la natalidad descenderá, y los problemas que se achacan a la falta de afecto aumentarán. Preocupémonos, por tanto, de que el trato y la educación que se dispensa en las guarderías, o en los colegios, sea el adecuado; ya que no existe otra solución inmediata, que el remedio sea el más efectivo.

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