'Gauche divine'
J.M. CABALLERO BONALD
Más de un centenar de fotografías expuestas ahora en Madrid ilustran adecuadamente un curioso y divertido capítulo de la cultura española y, más concretamente, de la surgida durante la dictadura en ciertas trastiendas sociales catalanas. Me parece por lo menos instructivo que esta exposición, abierta en el antiguo Museo Español de Arte Contemporáneo, rememore lo que fue sin duda un saludable espacio cultural dentro de las mezquinas y hostiles rutas del franquismo. Aquel grupo de jóvenes escritores, arquitectos, cineastas, editores, actores, a quienes se llamó sin mayores reparos gauche divine, ocuparon efectivamente una parcela de nuestra vida histórica en la que se urdieron algunos estimulantes reclamos de la libertad. Y eso ya se merece un recordatorio.
Los presuntos componentes de ese grupo -Carlos Barral, Beatriz de Moura, Juan Marsé, Gil de Biedma, Terenci Moix, Óscar Tusquets, Rosa Regàs, José Agustín Goytisolo, Ricardo Bofill, Jaime Salinas...- no disponían de muchos rasgos comunes, pero eran indistintamente antifranquistas, transgresores, noctámbulos, algo petulantes, algo frívolos. Se trataba en teoría de una coincidencia de actitud entre personas preferentemente cultas, demócratas, esnobs, inteligentes y hedonistas. La gauche divine, como tal movilización cultural, no fue más que un concepto y no tuvo desde luego su correlación madrileña. En la capital las cosas sucedían en este sentido de otro modo: la gente de izquierda podía ser cualquier cosa menos divina. Sólo quizá Juan García Hortelano y Ángel González sincronizaban aproximadamente con ciertos protagonistas de esa supuesta gauche divine, al menos en lo que se refiere a las contradicciones más rastreables entonces: los nocturnos hábitos burgueses y las diarias requisitorias marxistas.
En la Barcelona de hace unos treinta años, la gauche divine no consistía más que en un disperso grupo de intelectuales afincados en una ciudad a veces aleccionadora y casi siempre un poco engolada, como a caballo entre un engreímiento algo enfadoso y una especie de afrancesada propensión al énfasis. Cuando yo traté a los supuestos integrantes de esa tropa, en ningún momento fui consciente de que estuviera compartiendo con ellos ninguna experiencia común a efectos corporativos. Frecuentaba sus santuarios -Bocaccio, Casa Mariona, el Stork Club-, pero nunca alcancé a saber que se estuviera aglutinando una élite de izquierdistas divinos dentro de aquella alegre bandada de pájaros de la noche.
Las imágenes ahora expuestas se deben a tres fotógrafos más o menos coaligados con esa gauche divine que no existió sino sobre el papel: Colita, Oriol Maspons y Miserachs. Conocían muy bien los escenarios y actores en cuestión y nos han traspasado el retrato de un mundo cuyo elitismo o cuya frivolidad -que de todo había- no afectó en absoluto a la validez de aquella subversión de jóvenes ilustrados que defendían la libertad por medio de una civilizada y lúdica forma de ponerse el mundo por montera. Tampoco era una mala táctica para capear el temporal.
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