Bonanza y protestas
Salvo que hoy mismo la purga de algunas bolsas se convierta en una crisis o aparezcan otros elementos de inestabilidad, la totalidad de las economías industrializadas y una amplia mayoría de las consideradas emergentes van a registrar en el año 2000 ritmos de expansión superiores a los de 1999. Cicatrizadas gran parte de las heridas abiertas tras la crisis financiera asiática, la economía mundial puede crecer más de un 4% en 2000, según el informe del Fondo Monetario Internacional (FMI), que anticipa una aceleración del comercio mundial superior al 7% en éste y el próximo año, y una marcada recuperación en los flujos internacionales de capital a las economías menos desarrolladas. La Unión Europea constituirá uno de los pilares de esa expansión, a juzgar por las previsiones de la Comisión Europea.Estos informes eran previos a la reunión de primavera del FMI, del Banco Mundial y del G-7 en Washington, donde contrasta el síndrome optimista de una recuperación mundial que podría prolongarse durante los próximos años con el síndrome pesimista de la protesta contra la globalización por parte de grupos con muy distintos intereses, desde los ecologistas hasta los que critican las recetas ortodoxas del FMI, pasando por los proteccionistas americanos. La intervención de la policía, con masivas detenciones, no ha logrado anular totalmente la efectividad de esta contestación, convertida ya en una continuación de las manifestaciones iniciadas en Seattle, expresión de las ansiedades que genera una globalización sin dirección política. Y es también un toque de atención para los dirigentes de este mundo.
Pero la mayor contradicción no se dio entre los enfrentamientos en la calle y las salas de reuniones, sino en la coincidencia entre las buenas perspectivas de crecimiento y la amenaza de una hambruna en el Cuerno de África. La pasada crisis ha demostrado que el daño causado por las implicaciones adversas del proceso de globalización financiera es tanto mayor cuanto menor es el grado de desarrollo de las economías, con bastante independencia de su inserción financiera internacional. De la estabilidad financiera también depende que los países menos desarrollados, y muy especialmente aquellos que no alcanzan a disponer de la condición de mercados emergentes, puedan disfrutar de esta fase de prosperidad. Sin embargo, entre las economías en desarrollo tampoco hay acuerdo sobre la estrategia a seguir, como reflejó la cumbre de los pobres, del llamado Grupo de los 77 (en realidad 133), celebrada en La Habana, un intento de actualizar en la era de la globalización el Movimiento de los No Alineados de antaño.
La despreocupación por la distribución de la prosperidad, por la urgente reducción del foso de la pobreza, no sólo constituye una condición para neutralizar la cada día más explícita contestación en los propios países industrializados a las anomalías generadas por la globalización en curso, sino que es un elemento básico para la estabilidad política mundial. Pero de esto, hasta ahora, se ha hablado poco en Washington. La obsesión está ahora en tranquilizar a los mercados.
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