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Violencia y 'after-hours' dando palos de ciego XAVIER RIUS-SANT

La decisión de las administraciones central y municipal de incrementar la vigilancia policial en la zona del Maremàgnum, Villa Olímpica y Poblenou, tras el brutal asesinato del joven Carlos Javier Robledo, puede evitar que se repitan a corto y medio plazo actos de violencia perpetrados por estos colectivos urbanos, sean o no neonazis. Pero es muy posible que sirvan de poco o nada a largo plazo cuando la presencia policial se relaje o simplememente porque estos grupos juveniles desplacen su ocio hacia otras zonas del área metropolitana, dado que se da una serie de condicionantes sociales, urbanísticos y educativos que facilitan el desarrollo de este tipo de grupos.De entrada, coincidiendo con la transformación olímpica de Barcelona, se potenció esta zona de ocio masificada que es el Maremàgnum y la Villa Olímpica, en detrimento de barrios que habían acogido tradicionalmente la noche barcelonesa como el de Gràcia. Se pensó que ello ayudaría a la reforma de estos barrios históricos, con la descongestión de sus calles, la peatonalización de plazas y el ensanchamiento de las aceras. Evidentemente, esto fue beneficioso para muchos vecinos, aunque perjudicial para sus bares musicales, y evidentemente ayudó a empujar a quienes querían salir de noche a coger el coche y bajar hacia el puerto. Pero allí empezaron los problemas de sobrecongestión, robos, altercados y también denuncias contra los porteros de ciertos locales por su modo de actuar. Expulsión a patada limpia de quien da problemas y prohibición de entrar en ciertos locales a personas con aspecto magrebí o gitano como medida de prevención de los robos, según decían los responsables de locales denunciados, han sido prácticas comunes a lo largo de estos años. Y mientras que la policía apenas se hacía visible, cuando se la llamaba solía llegar tarde.

Es una evidencia reconocida por los distintos sindicatos policiales que a los miembros de los cuerpos de seguridad no les hace ninguna gracia actuar a las cinco de la mañana para separar a dos bandas de jóvenes que se pelean, dado que en muchas ocasiones la aparición de dos coches patrullas y el forcejeo de los agentes con los presuntos agresores provocaba que el tumulto aumentara con jóvenes ciegos de alcohol que se unían a la fiesta callejera por el simple placer de insultar a los agentes escudándose en la masa.

La mayor parte de actos de violencia de estas tribus no se provocan de manera espontánea, sino que surgen de grupos que visten la estética neonazi, aunque por lo general detrás de esa estética más que una ideología, lo único que hay es una falta de valores y referentes, una inmadurez personal y una fuerte necesidad de emociones fuertes y sentimiento de grupo en el que autoafirmarse. Crecen gracias a los valores que imperan hoy en la sociedad, en la violencia gratuita de la televisión, incentivados por unos valores sociales de los que todos somos responsables que hacen que el alumno que no tiene móvil en segundo de ESO en un centro público se sienta como un extraterrestre; una generación que ha crecido matando marcianitos en su consola y su ordenador desde los cinco años. Una generación, crecida en el desesperante fracaso de la reforma educativa, en la que todos "progresan adecuadamente", sin notas ni exámenes de septiembre, en la que es fácil para muchos, que no ven salidas laborales ni vitales, acabar refugiándose en su mundo inmediato y virtual. Y el grupo violento, con ideología o sin ella, vinculado o no a unos colores futbolísticos, es una salida para sentirse por unas horas alguien respetado. Películas españolas como Tesis o Taxi han reflejado con notable acierto a estos jóvenes inmaduros y peligrosos.

Evidentemente, es más fácil dar palos de ciego expendientando a los after-hours por incumplir la normativa o detener a jóvenes que fuman porros en las cercanías que reconocer que estos grupos son el fruto de una época y diseñar, para controlarlos, estrategias sociales y policiales a largo plazo que incluyan el apoyo social, económico y de más medios humanos a los cuerpos policiales, más allá de vaciar unas zonas de policías para saturar durante unos meses otra, en un momento en que, además, la Guardia Urbana arrastra un largo conflicto con el Ayuntamiento al que no se le ve solución.

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