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Reportaje:SEMANA SANTA 2000

La isla renacentista en el valle

Sabiote es un remanso. Los elevados torreones del castillo forman un singular conjunto que abre la vista ante el valle del Guadalimar. Una constante bruma que envuelve la lejanía alivia la vista ante el inevitable paisaje de olivos de Jaén. Pero no es el castillo que remodeló en 1543 Andrés de Vandelvira, el arquitecto que ideó la catedral de Jaén, lo primero que se divisa al llegar por carretera a una localidad de apenas 4.000 habitantes. Este pueblo, enclavado en la comarca de La Loma y Las Villas, completa el triángulo renacentista con vértices más conocidos en las ciudades de Úbeda y Baeza.El acceso desemboca directo a la zona nueva, carente del interés que se dibuja en cada una de las calles de trazo renacentista y árabe mantenido en la esencia de un casco antiguo declarado conjunto histórico-artístico en 1972. Hay que adentrarse, dejarse llevar por los pies, para descubrir la iglesia de San Pedro, con portada gótica propia de una construcción realizada en la segunda mitad del siglo XVI. En el interior, la luz es casi un privilegio. Un foco ilumina la imagen de la Virgen mientras una solitaria bombilla alumbra la diminuta hoja de oraciones del párroco, que una tarde cualquiera comparte asiento con unos pocos feligreses. Un ambiente perfecto para disfrutar de las líneas rectas, las paredes blancas y los fríos pasillos. Aun gozando del interior, lo mejor de este templo está por fuera, en sus dos portadas, sobre todo la gótica isabelina desgastada por el tiempo, la lluvia y el viento.

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Artesanía y garbanzos

Con sabor

Una día cualquiera en Sabiote tiene sabor. Pocos vecinos pasean por las calles de la zona vieja una tarde de lunes. Los que están siguen manteniendo la ya casi perdida costumbre de saludar a todas las personas con las que se cruzan, sean o no conocidas. Un buen recibimiento que prepara para llegar, por ejemplo, al Mesón Viejo, una de las muestras de arquitectura no religiosa también del siglo XVI.

Es austero, sobrio y ya desprovisto del carácter de albergue para viajeros. Por las calles es fácil encontrar palacios que recuerdan el destacado papel de un municipio estratégico desde el punto de vista militar en pleno Renacimiento. Está el palacio de Teruel, el de los Mendoza, el de los Melgarejo, el de las Columnas, la Puerta de los Santos y la de Granada. El emperador Carlos V decidió vender la villa a su secretario Francisco de los Cobos en 1537 y fue éste el que decidió convertir una antigua alcazaba hispano-musulmana en palacio renacentista. Sus murallas representan un grandioso mirador y sus piedras se convierten en un improvisado asiento desde el que dejar que transcurra el tiempo. Desde esta silla se divisan las solitarias gárgolas que asoman por el muro exterior del castillo y los lienzos de los siglos XII y XIV que se aprovecharon para la construcción. La única precaución para poder llegar hasta el interior del recinto es recoger la llave previamente en las dependencias municipales.

La quietud deja espacio suficiente para imaginar a los caballeros cristianos luchando para conquistar un territorio que consiguieron en el año 1226. Fernando III el Santo le concedió el Fuero de Cuenca y el códice todavía se conserva.

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Villa romana

Mucho antes que los cristianos, ocuparon estas tierras hombres de la Edad del Bronce y en época romana fue Julia Salaria, también una destacada villa y principal núcleo de población de la colonia romana salariense.

El sosiego es todavía mayor cuando se desciende por una calzada de piedra que deja atrás lentamente el conjunto histórico. Es entonces cuando se divisan las grandes proporciones de las murallas y las torres, en la vista más completa que ofrece el conjunto de la fortificación. El acceso a través del casco urbano tapa los elevados sillares del que fue palacio de Francisco de los Cobos y sólo desde abajo o en la lejanía se puede divisar la atalaya que controla todo el valle.

Sabiote tiene unos alrededores que requieren atención. En coche o a pie, dos kilómetros de camino llevan a la Fuente de la Corregidora. Se trata de un hundimiento del terreno que surge junto a una cascada. Por tener, tiene hasta una cueva natural que complementa todo el espacio.

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