Sobrevivir
Casi siempre que se menciona el mercado es para ponerlo en relación con el consumo de mercancías. Los defensores de un mercado muy libre y una administración pública muy restringida afirman que sólo de ese modo se garantiza la satisfacción del consumidor. La intervención pública, dicen, trae encarecimiento, corrupción e ineficacia. Seguramente es cierto, pero el mercado no sólo ayuda al consumidor, también elige al agonizante.Hace unas semanas, Javier Marías mostraba su indignación ante el rechazo de las autoridades sanitarias británicas a seguir invirtiendo fondos públicos en pacientes alcohólicos o fumadores. ¿Por qué no rechazan también a los alpinistas o a los motoristas?, se preguntaba sensatamente. Y, en efecto, la pregunta es: ¿quién y con qué criterios elige a los condenados a muerte?
En un reciente artículo de Jonathan Weiner se informa sobre un aspecto muy notable del mercado. Las multinacionales farmacéuticas han decidido cancelar sus investigaciones sobre medicamentos cuya aplicación afecte a menos de 25.000 enfermos. A partir de ahora, aquellos ciudadanos que padezcan una enfermedad rara (Weiner pone el ejemplo de la enfermedad llamada "de Lou Gehrig") están condenados a muerte. No sólo los 25.000 de hoy, también los de mañana, los de dentro de dos años, y así sucesivamente.
Aplicando las mismas leyes mercantiles que aplican las multinacionales, los afectados por enfermedades raras deberían ahora dedicarse a infectar al mayor número posible de personas hasta superar la fatídica cifra de 25.000 pacientes. Cualquier jurista vería en ello, no un intento de asesinato, sino una tentativa de homicidio en defensa propia. Los que no puedan extender su enfermedad están perdidos. Sólo les queda la vía terrorista.
El mercado tiene una cara sonriente y seductora que hace mohines para que compremos coches y telefonillos, pero cuando se da la vuelta aparece la macabra risa de una calavera que decide si debo seguir vivo, por cuánto tiempo, y en qué condiciones. Cuando el Estado asume las leyes del mercado que usan las multinacionales, todas las minorías están condenadas. No son rentables. Pero lo paradójico es que todos pertenecemos o perteneceremos fatalmente a alguna minoría, de modo que todos estamos condenados.
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