Argullol revisa en su último ensayo la aventura del pensamiento humano El filósofo cree que la metrópolis tribal ha suplantado a la aldea global
Rafael Argullol (Barcelona, 1949) critica el historicismo y apunta que a la idealizada aldea global se le ha superpuesto la metrópolis tribal, mientras nos anima a revisar por igual el Romanticismo que la Ilustración. Su texto Aventura. Una filosofía nómada, especie de ajuste de cuentas de los frentes de preocupación intelectual presentes en su obra, abre la nueva colección divulgativa Círculo Cuadrado, presentada ayer en la capital catalana.
El profesor de Estética de la Universidad Pompeu Fabra ha utilizado el método de la autograbación, aunque apoyada en una interlocutora. "El monólogo no existe ni en el pensamiento", asegura. "La escritura siempre será oralidad reprimida". Y lo que nació como un encargo se ha convertido en un texto con vida propia dentro de la obra de Argullol, hasta el punto de que no ha permitido que sea subrayado, como el resto de la colección.Son 33 capítulos que van desde Hesíodo a Beckett, pasando por el Edipo de Sófocles o el Cementerio marino de Valéry. El héroe de Sófocles, explica, se enfrenta al enigma de la esfinge y cree encontrar la sabiduría, pero "sólo descifra la inmediatez". La auténtica sabiduría de Edipo, según Argullol, se da cuando "llega a averiguar la falsedad de su propia identidad", un nivel de saber que implicaría "la necesidad del extrañamiento respecto a lo que aparentemente da la propia identidad". Para el autor de El afilador de cuchillos, "sólo en el momento en que sabemos que no existe la patria en el sentido de esa especie de afirmación inmediata, sino que entramos en la conciencia de la errancia, de la extranjería como condición, nos abrimos a la posibilidad del saber".
Los cambios que se avecinan y la mirada que debemos adoptar los analiza Argullol a través de una crítica al pensamiento historicista. "¿Cuántas veces hemos visto que el futuro venía con las máscaras del pasado?", se pregunta. "El esquema historicista moderno presumía que, como en una especie de darwinismo, todo estadio dejaba, como las serpientes, la piel detrás. Y, sin embargo, tal y como ya podemos contemplar ahora, las experiencias del último tercio del siglo XX dejan claro que las máscaras del futuro y el pasado, en el baile de disfraces, se van intercambiando". La Ilustración, y luego el Romanticismo y el hegelialismo, tienen la culpa de que lo leamos todo "en términos historicistas, en los que un estadio superara a otro", según el autor de Transeuropa.
Esta crítica -a la vez- de las Luces y el Romanticismo le sirve también a Argullol para definir una de las dicotomías sociales de nuestro tiempo. "A la aldea global se le ha superpuesto la metrópolis tribal", asegura. "Era lógica la explosión de particularismos porque, en general, hemos analizado los peligros que ha representado el Romanticismo para la modernidad, pero en cambio hemos estudiado poco otro de los caminos totalitarios de la modernidad que ha sido la Ilustración. Por un lado, el Romanticismo, con su defensa de esencias, y de identidades, y de totalidades, etcétera. Pero la Ilustración con su defensa de una especie de razón pragmática clasificatoria, en que todo debía quedar perfectamente archivado, clasificado. Los grandes totalitarismos ideológicos del siglo XX tanto han sido fruto de la degeneración del Romanticismo, o sea, del primer gran caudal de la modernidad, como de la Ilustración, el otro gran caudal de la modernidad. Por eso, el Goebbels es complementario del burócrata que registra minuciosamente todo tal como el propio Kafka ya nos indicó en sus relatos".
La receta, apunta el profesor de estética, está en la mirada: "Heráclito, todo es móvil; Parménides, todo es inmóvil, son en realidad la misma experiencia vista desde distintos miradores. Aquello que es actual se debería ver también desde la posibilidad de la trascendencia, y aquello que es eterno, desde los signos del presente, porque si no se convierte en puro fósil".
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