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Reportaje:

El triste final de un viejo héroe africano

El anciano dictador de El otoño del patriarca de García Márquez disfrutaba de los caprichos del poder dando órdenes para que el reloj de la torre no diera las doce a las doce, sino a las dos, con el fin de que la vida pareciera más larga. Robert Mugabe, el presidente de Zimbabue, también está dando marcha atrás al reloj; pero, en vez de ganar horas, Mugabe pretende regresar a 1980, el año de la independencia de su país.Mugabe arrasó en votos en las primeras elecciones gracias a su discurso maoísta, antiblanco y anticolonial. Una vez consolidado su poder (nadie se lo ha disputado en 20 años), moderó su retórica; tanto, que los 75.000 blancos que permanecieron en Zimbabue (de los 300.000 que habían residido allí antes de la independencia del Reino Unido) mantuvieron el control de gran parte de la economía, quedándose con el 70% de la tierra fértil del país.

Mugabe presiente hoy que ese poder se le escapa. Perdió de forma inesperada el referéndum de febrero, con el que pretendía (a los 76 años) enmendar la Constitución, reforzar sus atribuciones y permanecer 10 años más en la presidencia. En mayo, Zimbabue debe celebrar unas trascendentes elecciones legislativas. Una reciente encuesta ofrecía un dato clave: el 65% de la población desea el cambio. Las posibilidades de una derrota del partido de Mugabe son muchas.

Ante este panorama, el presidente de Zimbabue ha optado por regresar a los viejos conceptos: la culpa del estado desastroso de la economía (la inflación supera el 60%, el desempleo alcanza a la mitad de la población activa y la gasolina está racionada) es de los blancos, y la única solución -regresando a Mao- es expulsarles de sus tierras. La campaña ya está en marcha: grupos compuestos supuestamente por veteranos de la antigua guerrilla de liberación, pero que en la realidad están manipulados por la policía secreta, han invadido más de mil granjas en el último mes, cuyos dueños son blancos. Varias personas que se oponen abiertamente a Mugabe han sido asesinadas o encarceladas. El aislamiento internacional que sufre su Gobierno es, según el propio Mugabe, parte de un compló lanzado por los imperialistas de Londres.

Cuando se preguntó hace una semana a Mugabe qué opinaba de un debate en Westminster en el que se propuso expulsar a Zimbabue de la Commonwealth, respondió: "Son los gays [homosexuales] del Gobierno de Blair los que están diciendo estas cosas. Están enfadados con nosotros porque criticamos su filosofía gay y su estilo gay de vivir". Suena al tipo de delirio que García Márquez atribuyó a su patriarca, pero la verdad es que, aunque Mugabe ofrece síntomas de esa locura tan típica de los antiguos dictadores latinoamericanos, sería un error atribuirle también la estupidez.

Lo de los gays es una manía que arrastra hace años, quizá desde la infancia, cuando realizó sus estudios en un colegio jesuita de la vieja Rhodesia (nombre colonial de Zimbabue). Aunque Mugabe ha calificado en varias ocasiones a los homosexuales de "cerdos", no alteró el rictus cuando se descubrió hace un año que el reverendo Canaan Banana, que ocupaba un alto puesto en su Gobierno, había gozado de relaciones sexuales, a veces forzadas, con jugadores de un equipo de fútbol.

Se ha lanzado contra la filosofía gay de Blair por el simple hecho de que su Gobierno apoya abiertamente los derechos de los homosexuales.

Detrás de esta aparente imbecilidad (Blair ha dicho que Mugabe es "excéntrico") hay un cerebro político calculador. Mugabe, para superar esta crisis, ha optado por imitar a Fidel Castro. Al líder cubano no le ha ido aparentemente nada mal con el hostigamiento del imperialismo yanqui: ha logrado convertir esa enemistad en un factor de unidad interna, al menos desde el punto de vista propagandístico. Mugabe, rescatando la retórica de los ochenta, ha resucitado al ogro colonial británico con el objetivo de convencer a sus opositores de que su deber patriótico hoy es apoyarlo en las elecciones frente a un enemigo común. Si además se pinta a ese adversario de gay -habrá pensado Mugabe-, es posible que le lleguen algunos votos extras de los africanos tradicionalistas que consideran la homosexualidad como una tremenda aberración.

El pueblo de Zimambue puede no ser sofisticado en las cuestiones políticas, pero sin duda no es tonto; huele que el patriarca se encuentra desesperado. Ésta es la razón por la que Mugabe ha recurrido a una segunda arma, mucho más efectiva: montar una campaña contra sus compatriotas blancos, esos terratenientes que viven igual de bien que en los tiempos de la colonia mientras el resto se hunde en la miseria. Sin duda, el argumento le granjeará votos, pero tal vez no los suficientes para preservar su mayoría parlamentaria. Igual que con la ofensiva antiimperialista, la gente se pregunta: ¿por qué Mugabe ha esperado 20 años para abordar la redistribución de la tierra? La respuesta la conocen muchos votantes.

Por un lado, las escasas granjas que el Gobierno de Zimbabue ha expropiado a los blancos han caído en manos de los compinches políticos y militares de Mugabe y no entre los más pobres; por otro, los blancos, por más odiosos que algunos de ellos puedan resultar a la mayoría negra, han sabido conducir con buen criterio la economía agrícola aportando mucho a los ingresos del país.

Sin duda existen muchos campesinos que agradecerían una reforma radical de la tierra, al estilo de la revolución china. Pero para aquellos que viven en las ciudades -donde es mayor la oposición al régimen- resulta meridianamente claro que culpar de repente a los blancos por los errores de una Administración corrupta e incapaz es una burda maniobra electoral.

La debilidad de Mugabe se demuestra en el hecho de que sus intentos de profundizar la tradicional división entre la minoría blanca y la mayoría negra están logrando resultados diametralmente opuestos a los que él pretende. Tal es el grado de rechazo a su gestión que muchos negros han comenzado a adoptar una actitud amigable hacia el blanco. Por eso en Harare, la capital, se ha visto en los últimos días un espectáculo insólito: blancos y negros (e indios) desfilando juntos en manifestaciones callejeras contra Mugabe.

"Hay algo por lo que le tenemos que dar las gracias a Mugabe," dijo hace poco Trevor Ncube, el director del periódico anti-gubernamental The Independent: "Ha unido al país. Blancos, negros, indios... Todos están decididos a provocar el cambio de Gobierno".

El partido opositor más importante, el Movimiento para un Cambio Democrático (MDC), sostiene que Mugabe ha decidido jugar la carta racial para ocultar la realidad de que su proyecto económico sólo ha beneficiado a la élite gubernamental (entre otros, a Grace, su tercera esposa y antigua secretaria, cuya querencia por las compras en las grandes capitales europeas es legendaria).

"Los blancos y negros de este país nunca han estado tan unidos. En 100 años nunca habíamos logrado tal grado de armonía", dijo la semana pasada Morgan Tsvangirai, líder del MDC. Tsvangirai no exagera un ápice: en la demostración más clara del fracaso de Mugabe en su empeño de hacer retroceder el reloj, el líder blanco (al que Mugabe reemplazó en el poder) Ian Smith se ha convertido en un símbolo. Smith, que condujo una sangrienta guerra contra los guerrilleros de Mugabe a finales de los años setenta y que juró que los blancos mandarían en Rhodesia "por mil años", se ha visto transformado a los ojos de muchos en un demócrata, en un defensor de los derechos de todo el pueblo. Ahora, cuando Smith (que tiene 80 años y gobernó durante 15) realiza declaraciones políticas, la gente negra aplaude. Y cuando dice cosas como que Mugabe está "senil", el pueblo se ríe.

Smith, que participa en un partido opositor llamado el Frente Unido Democrático, dijo hace un mes que estaba pensando presentarse como candidato parlamentario en las elecciones de mayo. Es probable que gane un escaño, aunque es imposible que vuelva a ser presidente. La máquina del tiempo de Mugabe no da para tanto. Una lástima; desde el punto de vista estrictamente literario, sería una ironía tan deliciosa que sólo un realista mágico se la podría inventar.

El presidente de Zimbabue alienta la ocupación de fincas

El presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, alentó ayer la lucha contra los blancos que se resistan a entregar sus granjas. Mientras acusaba a los 4.500 blancos dueños de granjas comerciales de financiar a un nuevo movimiento de oposición ante las elecciones del próximo mes de mayo, Mugabe declaró su apoyo a los supuestos "veteranos de guerra" que han ocupado cerca de 800 granjas de blancos."No sacaremos a la gente

. Vamos a compartir las granjas. Todos somos iguales. Todos debemos compartir con igualdad", declaró a una multitud de unas 1.500 personas en el pueblo de Bindura, al norte de la capital, Harare. Dos personas han muerto y decenas han resultado heridas desde que los supuestos "veteranos de guerra", muchos de ellos demasiado jóvenes como para haber combatido en la guerra de independencia (1970), empezaron a ocupar las granjas.

El Parlamento aprobó el jueves (por la mayoría más estrecha posible) dar a Mugabe el derecho a expropiar granjas sin compensación. El presidente advirtió ayer a los blancos de que no serán capaces de evitar la entrega de parte de sus tierras. "¿Hemos llegado al momento en que ellos están decididos a luchar contra Mugabe? Si ése es el caso, declararé que se haga la lucha y la ganaremos", aseguró. "Apelamos a los granjeros para que sean razonables. Que no haya enfrentamientos entre ellos y los veteranos de guerra. Ha habido algunos casos de violencia, pero la mayoría se ha debido a la resistencia de los granjeros".

Hablando en la lengua nativa, shona, Mugabe dijo que no está contra las compensaciones, pero que el Reino Unido las debe pagar. Londres ha rechazado la ley.

El mitin en el que habló el presidente de Zimbabue tenía como objeto celebrar la aprobación de esa polémica ley, que coincide con la campaña electoral. EEUU se sumó el jueves al Reino Unido y otros Estados que han suspendido la ayuda a Zimbabue.

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