El triunfo de Mozart y de Frühbeck
Nuevo encuentro de Frühbeck de Burgos con la Orquesta Nacional y, como siempre, buenas relaciones entre profesores y maestro. Se producen igualmente para abordar el Réquiem de Verdi y la Sinfonía de los Mil, de Mahler, o, como en esta ocasión, para penetrar en el mágico y perfecto mundo de Mozart a través de expresiones distantes en el tiempo y el espíritu. Tras una justa exposición de la obertura de La flauta mágica (estrenada en Viena el 30 de septiembre de 1791, poco más de dos meses antes de la muerte del compositor), Frühbeck nos llevó al Mozart veinteañero de las serenatas salzburguesas. En ellas, el diálogo íntimo de Wolfgang Amadeus con su ciudad se produce como un acorde perfecto.En su muy atractivo libro Creo en Dios, en Mozart y en Beethoven (Barcelona, 1999) evoca Miguel Navarro el talante de la ciudad de Salzburgo, el aire festivo y cosmopolita de sus gentes decidido por una inequívoca autosatisfacción que recuerda la de algunas ciudades de la España meridional. Y algo de esto se refleja en el encanto superlativo de una serenata tan hermosa como la escrita, en la tonalidad de re mayor, en enero de 1776. Combina Mozart dos grupos instrumentales, un tanto al modo de los concerti grossi del barroco. Mas el espíritu es otro y otra la levedad subyacente pero cierta la melancolía y sorprendentemente precursor el color instrumental, dato fundamental que crecerá en importancia al correr de los trabajos y los días de Mozart, tal y como apunta con refinada sensibilidad Alfonsina Janés en Música y vida (Madrid, 1997).
Orquesta Nacional de España Director: Rafael Frühbeck de Burgos
Obras de Mozart. Auditorio Nacional, Madrid, 7 de abril.
Naturalidad
El curso de solistas y conjuntos fluyó con la conveniente y flexible naturalidad al tiempo de una continuidad admirable, con lo que los más sostenidos aplausos acogieron la labor de maestro, orquesta y solistas, entre los que hay que mencionar de modo especial a los violinistas Víctor Martín y Javier Goicoechea, al viola Emilio Navidad y al contrabajista Jaime Robles. Por su parte, el fagotista Enrique Abargues, de Buñol (Valencia), protagonizó con alto virtuosismo y admirables sonido y estilo el Concierto en si bemol (k. 191), anterior en dos años a la Serenata. Su puro sello salzburgués incluye ese toque de gracia connatural con el genio mozartiano. Además, a lo largo de la pieza el instrumentista ha de vencer las dificultades de un virtuosismo singular.
Terminó la tarde con la Sinfonía en mi bemol, nº 39, primera del formidable tríptico que clausura el sinfonismo clásico vienés de Mozart. Dentro de la coherente evolución del músico, estamos ya, a la altura de 1788, en otro "ideal sonoro", en el que los componentes dramáticos que culmina la ópera Don Juan se objetivan en figuras y procesos netamente musicales. Frühbeck de Burgos, temprano intérprete de Haydn y Mozart, posee criterios rectos y expresivos de gran vuelo, y mantuvo los diversos tiempos en sus exactos términos, y basta recordar el allegro final.
Se llenó el auditorio de público y de ovaciones y todos recibimos como agua de mayo este oasis mozartiano como reposo del habitual monumentalismo posromántico. Nuestras orquestas deben tocar mucho más Mozart, mucho más Haydn, a fin de mantener ágiles su técnica y su estilo.
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