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El pueblo sherpa se occidentaliza

Namche Bazar combina la pizza, los Doors y la cerveza con el único vestigio de su pasado, la parsimonia

ENVIADO ESPECIAL"La culpa es nuestra, por supuesto", admite el italiano Silvio, de visita por octava vez consecutiva en Namche Bazar, la capital del pueblo sherpa de Nepal. Culpables los alpinistas, primeros que a partir de los años 50 iniciaron su peregrinación hacia las tierras del Himalaya, las que guardan las montañas más altas del planeta. ¿Culpables de qué? "Llegué aquí hace 12 años por vez primera y esto está irreconocible", explica Iñaki Ochoa de Olza, quien encabeza la expedición navarra Retena Odisea.

En realidad, las costumbres occidentales empiezan a borrar seriamente cualquier vestigio de auténtica tradición en un reino que no abrió sus puertas a los occidentales hasta 1949. Namche Bazar son apenas 1.000 almas en temporada baja, cuando el frío y las lluvias monzónicas desaconsejan la práctica del senderismo, pero puede multiplicar por ocho su población en los periodos de marzo a mayo y de octubre a noviembre. Ahora mismo, al menos seis expediciones campan en los terrenos habilitados para plantar las tiendas.

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Reconversión a la hostelería

Los edificios de Namche, apenas ochenta, se han reconvertido en albergues donde uno puede pernoctar por 200 pesetas al cambio, ducharse de forma rudimentaria o cenar a base de suculentos platos de cereales, pasta o filete de yak con guarnición. Un lujo para los lugareños que, reconvertidos a la hosteleria, ven cómo aumentan sus ingresos en grado superlativo.

En el Thawa Lodge, con capacidad para alojar a 30 personas, trabajan tres hermanos: sus padres se pasean arriba y abajo sin mucho más que hacer que mantener su rutina mientras a su alrededor revolotean americanos, ingleses o, como hoy, españoles. Lopsang realiza funciones de manager al tiempo que acarrea platos, cocina arriba y abajo. Tiene 26 años y confiesa que su asignatura pendiente es mejorar su inglés: "Me encanta este trabajo, el contacto con los extranjeros. Nos hacen un favor y nos ganamos muy bien la vida", reconoce. Desde sus zapatillas hasta la gorra de beísbol, todo su atuendo pertenece a las mejores marcas de calzado deportivo, vaqueros o plumiferos que abarrotan el mercado europeo o norteamericano. Ni rastro por aquí del pintoresco atuendo local.

Occidente ha abierto un nuevo frente. Lopsang y sus dos hermanos trabajan de seis de la mañana a diez de la noche. Al margen de atender al cliente, rellenan la estufa con excrementos de yak, el mejor combustible por estos lares, atienden su pequeño ganado y anotan metódicamente el gasto de cada grupo de clientes. A las 10 de la noche, sin extranjeros a la vista, descorren una cortinilla y descubren un flamante equipo de video y televisión. Se enganchan, cómo no, a la CNN o a los canales indios vía satélite.

"Tenemos televisión desde hace dos años, fuimos de los primeros en comprarla", cuenta Lopsang. También se apresuraron en comprar un equipo de música potente que cada mediodía homenajea a los Doors. "Se ha perdido el romanticismo de antaño, cuando aquí uno sólo podía aspirar a comer un plato de arroz con las manos", dice Ochoa de Olza.

Hace escasas semanas se inició la construcción de una escuela que acogerá a 80 alumnos, algunos de aldeas periféricas. No todo ha de ser malo, concluye un australiano que busca, mochila a la espalda, un catre donde posar sus huesos.

La antigua escuela, vieja y pequeña, se abrió a instancias de Edmund Hillary y su fundación para el desarrollo de Nepal. Namche es la aldea vital del valle del Khumbu, el lugar escogido por sherpas de altura y porteadores para zambullirse en la oferta de ocio del lugar: un billar donde retumba la música reggae, cerveza San Miguel (aquí la más solicitada), alguna partida de cartas y hasta peleas. Ajenos al estrés y puestos a conservar alguna seña de identidad, el pueblo sherpa de Namche reivindica su ritmo vital y repudian las prisas. En este punto son inflexibles.

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