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El 'lehendakari' habló en Madrid

El lehendakari habló en Madrid, es de suponer que con los textos bien repasados y las palabras ajustadas. Manifestó que no va a adelantar las elecciones para no provocar crispación, cosa que se puede entender, pero, contradictoriamente, anunció algo muy semejante a un plebiscito de autodeterminación con la misma inconsciencia provocadora con que María Antonieta aconsejaba a la plebe hambrienta de pan que comiera tortas. María Antonieta no era mala persona, la habían educado así.Si algo ha provocado crispación y gravísimos enfrentamientos étnicos y civiles en el último medio siglo, cuyas heridas todavía no han cauterizado en muchos casos, han sido precisamente los plebiscitos de autodeterminación. Pero, con una visión bastante escorada, cree el lehendakari que la autodeterminación no provocaría crispación, y adelantar las elecciones sí. Una más, la del lehendakari, en este marco de confusión en el que los jueces miran al diccionario para sentenciar si "zipaio" es un insulto, y no a la botella con gasolina que suele acompañar al calificativo, época de incomunicación y prejuicio cincelado desde el eskolaurre, el preescolar, para mayor gloria del autismo y mayor insensibilidad hacia la gente que no es nacionalista.

El lehendakari habló en Madrid y, con la coartada de la solución del "conflicto", de la pacificación, se permitió el discurso más nacionalista que se haya presentado hasta la fecha desde el PNV. Y aunque en la historia no se haya comprobado ni una sola vez, todo lo contrario, vino a exponer que la violencia de origen nacionalista se soluciona con más nacionalismo (de facto, con la soberanía). Toda una ganga para él que ejerce de lehendakari de los nacionalistas, pero acabó crispando no sólo a los constitucionalistas vascos sino también a los de EH.

Se equivocó el lehendakari, se equivocó. No puede esperar consensos constructivos en su modelo nacionalista para armar. Los constitucionalistas han sido dejados fuera y de los nacionalistas sólo cabe esperar adhesiones inquebrantables y caudillismos, y EH ya tiene los suyos. La solución a la violencia está en el consenso y en el respeto a la pluralidad, por lo tanto, debe ensayarse en la fórmula que sirvió para las dos Españas, en el constitucionalismo existente. Siempre le será más fácil acordar con el PSE o incluso con el PP, porque son constitucionalistas.

Como en la literatura de Lewis Carroll, el nacionalismo vasco lleva tiempo inventando palabras, reglas de juego, escenarios, etc. Es tremendamente complejo, pero la sencillez de la propuesta de Ibarretxe en el Club Siglo XXI tiene el candor inocente del cuento de la lechera. Primero viene la tregua por parte de ETA, luego un foro formado por todos los partidos, y después un referéndum de autodeterminación admitido por todos; referéndum que partiría de asumir previamente la soberanía vasca. Pero el cuento puede frustrarse con que se rompa la cántara en el primer capítulo, porque el proceso con su final sólo puede ser atractivo para los nacionalistas radicales, tanto del PNV como de EH, porque los constitucionalistas vascos no ganan absolutamente nada. Ni ETA garantiza el abandono definitivo de la violencia, ni el PNV dejaría pasar la ocasión para volver a introducir una disposición adicional con la que pudiera saltarse a la torera todo lo pactado. Los constitucionalistas no tienen ninguna garantía y se les pide todo tipo de cesiones de nuevo.

Nunca hubo un discurso tan nacionalista en Madrid desde que Franco muriera. El lehendakari presentó las argumentaciones ideológicas de HB: la abstención ante la Constitución, el quebrado proceso de integración de Vasconia en España a partir de la primera guerra carlista, la dialéctica de Euskadi con los estados español y francés. Ubica en un segundo plano que el Estatuto fuera refrendado en un referéndum por la mayoría de los vascos y en los tres territorios de la comunidad autónoma. Y olvida que todo eso tiene mucho más que ver con la necesaria convivencia política entre los propios vascos que un enfrentamiento con estados. El lehendakari presentó en Madrid, con ingenuidad e inocencia, la fábula idealista de HB, sin saber que la distancia más corta entre las fábulas idealistas y la realidad lo constituye, precisamente, la violencia política.

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