"He sido de todo menos de derechas"
Curioso sino el de este Grande de España venido por gusto propio hasta oficios y títulos tan poco chic como preparador de caballos, actor especializado en directores rojos, periodista cínico, novelista prolífico, putero confeso e izquierdista ilustrado y afrancesado. Alto y guapo todavía, más seductor que un relaciones públicas, mezcla de escupidor de verdades indecibles ("y por eso me llaman cínico") y de conversador espléndido, José Luis de Vilallonga ha sido siempre un hombre desenfocado. O eso dice él: "La jodida imagen que te pone la prensa. Nunca he sido un playboy, no he tenido tiempo. 77 películas, 34 libros, miles de artículos... Te ven con un esmoquin y una mujer despampanante en una película y se creen que la vida es igual. Pero, sobre todo, jamás he sido de derechas. Yo he sido de todo menos de derechas. Hombre. Por favor". Tiene ya 80 castañas y sigue erguido y exquisito, comiendo con vino tinto y puro. Sordo del oído derecho, oye lo que quiere y dice lo que le apetece. Y tiene una memoria espectacular. Pero todo eso es casi nada, ahora: el único biógrafo autorizado del rey Juan Carlos está enamorado, y como un cadete, de la bilbaína Begoña Aranguren, sobrina del viejo profesor, mujer de remango y retranca que lo engatusó en su programa Epílogo, un seguro de vida para el que ha grabado ya a 50 morituri de los que sólo han cascado cinco. "Sufrimos mucho viendo las esquelas", se ríe él.
Luego se ríe otra vez y dice que ha llegado el momento de morirse, "porque ya no hay quien entienda nada de ordenadores", pero se nota que anda en la tercera adolescencia. No sólo ha sido capaz de escribir a pluma 420 páginas de memorias, sino que entre el huevo poché y el tartar de pescado le dice a Begoña cuatro veces que la quiere. De varias maneras, como harían sus dos personajes más célebres, el atractivo galán de Desayuno con diamantes y el elegante noble de Patrimonio Nacional: "Yo he sido muy putero hasta que conocí a Begoña". "Mi abuela fue la única mujer importante de mi vida hasta Begoña". "Sólo ha habido tres amores en mi vida. Uno, dos, y Begoña". "Tenemos el mismo sentido del humor. Y eso es lo importante. El sexo es una minucia. Y además se suda mucho".
Pero el caso es que estamos tratando de comer sin manchar mucho el vaso, porque Vilallonga acaba de publicar sus 'Memorias no autorizadas' en Plaza y Janés, tituladas La cruda y tierna verdad, promocionadas como escandalosas, divertidas, verídicas, retrato de una sociedad y de una época. De ese despliegue de eslóganes, el más cierto parece el del retrato certero de una clase moribunda, llena de hipocresía y desprecio a la vida y a la cultura. "El único escándalo del libro es el ansia de la editorial por venderlo. Es un libro muy serio, que me ha llevado mucho trabajo escribir. He intentado que estuviera escrito lo mejor posible, y sólo he puesto las cosas que sentía que eran verdad. En ese sentido, he sufrido mucho, ha sido un trabajo muy doloroso".
El libro ajusta cuentas con mucha gente. Cuentas íntimas, infantiles, hechas de abandono materno y de un padre que ejecutaba, dormía y regañaba con monóculo; cuentas frívolas, de farándula y petardeo, actores e intelectuales; y cuentas políticas, cuyo valor máximo es que quizá estaban pendientes aún de escribir desde su bando, ése que le forzó a formar filas en un pelotón de fusilamiento y a conocer la náusea de la victoria, que, a cambio, le conduciría a la huida, a la libertad, a la ruptura con ese padre ultra que lo consideraba un "rojillo deleznable y con inquietudes".
A través de su intensa aventura personal, Vilallonga relata los mundos que mejor conoce: el del viejo imperio cortesano, mezcla de asesinos de apellidos compuestos y cenas anacrónicas de seis platos; y ese otro mundo europeo que descubre el joven al que Josep Pla había animado a escribir.
Vilallonga escapó de su "status quo divino" con cinturón de seguridad: se casó con una mujer "rica y extraordinaria", con nombre de personaje de novela, coronela del Ejército polaco, amiga suya a la que no quería en absoluto: Pip Scott-Ellis. "Tuve que hacerlo para salir de España. El drama es que la hice absolutamente infeliz".
Luego vendrían otras, ocasionales o menos; siete años en Buenos Aires con los caballos, París "casi con una mano delante y otra detrás, trabajando de negro", las primeras novelas, Proust, el cine y el periodismo, las vanguardias de la posguerra, "la revolución burguesa del 68", Fellini, Bergamín, Berlanga, Magda Gabor y Audrey Hepburn y las putas de tarifas y citas literarias imposibles, como Madame Claude... "Mejorando lo presente, las putas son mujeres maravillosas, mucho más generosas, inteligentes y cariñosas que las que se llaman decentes. Yo he tenido las peores experiencias posibles con las decentes. Son de una ferocidad terible, peligrosas, mentirosas, mediocres. Aman el daño. Las putas, en cambio, son maternales, bondadosas, nunca te tratan ni en serio ni en broma, conocen hasta el último recoveco del hombre y lo cuidan como lo que es: un niño".
Y ahí está, sonriendo escéptico, optimista y contento, el mismo niño tímido al que su abuela leía la prensa en la cama por la mañana y llevaba a la ópera desde los cinco años; el que no podía acercarse a su madre cuando se iba a cenar porque le arrugaba el vestido; el joven inquieto al que su padre le decía "tú que eres el intelectual, ¿de qué color pintamos esa pared?"; y, ahora, el anciano que hace balance y resume: "Tuve mucha suerte de huir de aquel entorno, de aquel país. Si Franco fuera guapo, tendría su foto en la mesilla. Gracias a él viví 30 años en París, me hice un hombre civilizado, escritor, aprendí a comer y beber, tuve algunos amigos buenos a los que nunca pedí dinero... Si no hubiera sido por él, quién sabe. Hoy sería presidente del RACE, director de Puerta de Hierro (mejor Mongolia interior) o un ex jugador de polo con la pierna rota".
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