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Otra vez España JOSEP RAMONEDA

Josep Ramoneda

A tenor de los primeros movimientos poselectorales, dos predicciones de escaso riesgo: la crisis del PSOE va para largo y las relaciones entre PSC y PSOE están condenadas a entrar en una fase de distanciamiento. La pareja no va a romper formalmente el compromiso, pero ambas partes harán lo imposible para no encontrarse en la cama.Toda organización -pública o privada- tiende a la burocratización. Y toda burocracia tiende a resolver sus crisis a bajos costes para su grupo dirigente. Por esto los partidos políticos evolucionan tan lentamente. Son necesarios varios achuchones para que se autorice la sustitución del equipo médico. Los primeros pasos del PSOE confirman que todavía tiene pendiente la fase Hernández Mancha, es decir, aquel período en que el partido consigue empeorar hasta límites que parecían inalcanzables. En estas fases intermedias -la llamada travesía del desierto- en que los barones no sueltan las riendas en nombre de la necesaria continuidad, se apela a las explicaciones más simples para minimizar las crisis y asegurar que con unos pocos retoques y algún ejercicio de imagen se recuperará la plena salud. Chaves y sus hombres ya han encontrado el recurso fácil. Según su diagnóstico un factor decisivo de la derrota del PSOE fue el descuido de la idea de España. Un argumento que, conforme a la tradición autodestructiva de todo partido político, tira de rebote contra uno de los pocos liderazgos -si no el único- que el socialismo español tiene asentado en estos momentos: el de Pasqual Maragall.

La vida política española ha vivido durante años a la vera de los tópicos de la transición (tópicos que se fueron moldeando a imagen y semejanza de la hegemonía del PSOE), todo cambio de relaciones de fuerza cuando se estabiliza tiende a generar nuevos tópicos. Da la impresión de que los socialistas están decididos a comulgar rápidamente con los lugares comunes que el PP está difundiendo con eficacia y sistema, utilizando su mayoría absoluta como argumento de razón. En tiempos en que el mercado es Dios, tratar el sufragio universal como si de un mercado se tratara cuela sin resistencia alguna. Lo que vende es bueno y todo lo demás es malo. Por tanto, ahora lo que se lleva es la moda Aznar. Y es así hasta tal punto que los socialistas parecen ser los primeros en creérselo. En vez de pensar en revisar sus propuestas -mejorar su producto, si les parece más moderno- y plantearse qué alternativas puede ofrecer el socialismo, se decantan por estudiar en qué pueden parecerse más a Aznar. Y, naturalmente, empiezan por lo de siempre: más España.

Si la conclusión a la que llega el PSOE es que la razón de su fracaso estuvo en no saber ondear la bandera de España con el entusiasmo y el ruido con que lo hizo Aznar, es posible que tengan un Congreso tranquilo -después de un shock toda organización tiende a convencerse de que no ha pasado nada- pero tienen garantizada la comodidad de la oposición para años. En vez de constatar los esfuerzos que la derecha ha hecho para apropiarse de valores y propuestas de la izquierda -la sospechosa insistencia de Aznar y compañía en que los verdaderos progresistas son ellos demuestra que, por lo menos hasta el 12-M, aún veían a la izquierda como fuente de legitimidad- y tratar de renovar las ideas para, en un futuro próximo, poder volver a dejar a la derecha en fuera de juego, mueven las antenas y sintonizan, una vez más, con España. La ambigüedad de la propuesta federalista habría sido causa determinante de su derrota. ¿Por qué no la explicaron mejor? Porque ya iban a remolque del PP y sin capacidad para diferenciarse en esta materia.

Más España como solución. Esta opción del PSOE es incompatible con el proyecto Maragall en el PSC. Y el enfriamiento de las relaciones entre los dos partidos será inevitable. Por simple simetría, el PSC puede interpretar que demasiado Almunia fue su perdición. Esta campaña puede haber demostrado que la cuestión nacionalista ya no es un tabú y que un partido españolista como el PP puede aspirar a gobernar en el País Vasco, cosa que parecía imposible en los parámetros de la cultura de la transición. Harán bien los socialistas catalanes en darse por enterados porque su electorado les ha dado ya suficientes disgustos como para no olvidar que la abstención es la antesala del cambio de voto. Pero ello no significa que la realidad de España como nación con otras naciones inscritas haya cambiado. Al contrario, el fin de los tabús hace más necesaria -y posible- una idea de España alternativa al fundamentalismo constitucional de José María Aznar. Es lo que el PSOE no supo, no pudo o no quiso explicar.

Los ciudadanos tienen derecho a conocer el marco político referencial en que uno se mueve. Aznar consiguió que el suyo fuera especialmente visible porque lo ilustró con una implacable estrategia de confrontación en el País Vasco. Y, ante este envite, el PSOE no supo hacer emerger el suyo. Tirar contra el mensajero -Maragall, en este caso- no es la solución, porque añade confusión al lío y puede debilitar uno de los pocos triunfos que al socialismo español le quedan. Para concluir que España es lo único importante, ya está la derecha. Lleva siglos diciéndolo -y haciéndolo-. Apuntarse a ello es dar la razón a los que creen que en materia nacionalista o estás conmigo o estás contra mí. Sería curioso que fueran los capitanes del PSC -siempre vistos con recelo desde el catalanismo socialista- los que protagonizaran el distanciamiento entre PSC-PSOE. Hay quien lleva años diciendo que la independencia de Cataluña la protagonizarán los catalanes con "z".

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