Aznar ¿va a más? JAVIER TUSELL
Supongo que para cualquier socialista la sola enunciación de la frase que titula este artículo le resultará lacerante, pero el sorprendente resultado de las elecciones pasadas puede resultar un pórtico para la novedad de la política española en el futuro inmediato. Se basaría ésta, sin duda, en las posibilidades que abre a una obligada renovación del PSOE, dilatada durante tanto tiempo. Pero puede nacer también de la situación en que queda el PP, con un panorama francamente confortable de cara a los cuatro próximos años.Siempre me ha parecido que España iba francamente bien, pero que Aznar estaba por debajo de esta calificación. A esa paradoja ahora se puede sumar otra. La campaña electoral del PP ha dado motivos para el escaso entusiasmo centrista mientras que la reacción ante los resultados no sólo ha sido correcta, sino plenamente digna de alabanza. Todavía lo resulta más si tenemos en cuenta la actitud que se adoptó en 1993, cuando no se alcanzó el poder que algunos sentían en las yemas de los dedos. Así las cosas, el interrogante reside en hasta qué punto la citada reacción significa una inflexión o sirve sólo de cortina de humo. Podemos tener en los próximos años una segunda edición, incluso más en rústica, de la etapa Rodríguez o quizá presenciemos, por el contrario, una prometedora rectificación de rumbo. En caso de que ésta se produzca se referirá, desde luego, a aquellos aspectos de la gestión gubernamental que resultan más criticables, es decir, su sectarismo, que contrasta con la afirmación centrista y su baja calidad en muchos casos, que desdice de la notable que ha existido en otros. Puesto que el PP tiene en la actualidad mayor poder político objetivo, se puede pensar que propenda al yerro, pero no se debe olvidar que, si hay argumentos para llegar a esa conclusión, también los hay en contra. A fin de cuentas, el PSOE perpetró algunas de sus mayores barrabasadas con los fervores de una mayoría todavía más absoluta que la presente, pero tuvo también alguno de sus mejores ministros en su etapa final, en la que se empantanaba en los lodos que trajeron aquellos polvos. Frente a lo que puede pensarse -por los frecuentes argumentos en contrario-, los políticos también aprenden con la experiencia.
La reacción del PP ante los resultados es una buena prueba, pero conviene añadir algo más. Quienes gobiernan debieran tener en cuenta no sólo que la mayoría no da patente de corso, sino que, además, el voto se cuantifica, pero resulta más difícil precisar la intensidad y la volatilidad del mismo. A mi modo de ver, resulta significativo el hecho de que sólo en la recta final de la campaña el PP haya sobrepasado sus mejores expectativas originales. En cuanto a la volatilidad reciente del electorado, no vendría mal recordar que no ha habido legislativas en Francia desde fines de los setenta en que los resultados no hayan sido contrarios a los de la consulta anterior.
Una gran lección deriva de la Historia reciente de Europa. En 1987, Margaret Thatcher había ganado -por mayoría absoluta- tres elecciones sucesivas. Su último Gobierno fue el más radical y, sobre todo, el más excluyente por el talante de quien lo presidía. Un historiador ha llegado a escribir que la Dama de Hierro, como Luis XIV, por sí sola, por su modo de comportarse, era capaz de producir una revolución. Acabó estallándole bajo su misma poltrona y para el juicio de la Historia ha quedado como una figura decisiva de la vida británica, pero también como un personaje maniático, conflictivo y, en el fondo, débil en ocasiones cruciales. El caso de Helmuth Kohl resulta antitético. Pocos le tomaron en serio, pero en 1983, cuando ganó por vez primera, supo abrirse a otras opciones aunque no las necesitaba. Al final, duró más que nadie e hizo lo más importante que cabía en la Europa de su tiempo.
Aznar está hoy en esa disyuntiva. La elección depende de él, pero no será malo recordar a la izquierda que, sin abandonar la labor crítica justificada, debe observar esta nueva singladura, por puro respeto al elector, con un talante de apertura. A la derecha tampoco le vendría mal tener en cuenta que esa fervorosa hinchada que hoy pide administrar la victoria con sangre no se presentó, en realidad, a las elecciones.
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