La moda-verdad VICENTE VERDÚ
La verdad vuelve a estar de moda. Contra los grandes éxitos de la ficción que caracterizaron a los años ochenta, ahora regresa masivamente el gusto por lo real. En la televisión, en el cine, en los libros, lo que importa son las narraciones referidas a sucesos reales, antes que las muñidas por la fantasía del autor. La editorial Espasa Calpe acaba de publicar un breve manifiesto, Contra la imaginación, donde se reúnen un grupo de argumentos contra esa inútil convención de épocas pasadas. No sólo la realidad es más rica en argumentos que la imaginación sino que, encima, es más conmovedora y relevante.La novela más importante de estos momentos, La fiesta del Chivo, de Mario Vargas Llosa, no se refiere a esos engaños banales sobre el sexo de un tal don Rigoberto, como hace poco, sino que trata de la historia minuciosamente documentada del dictador Trujillo. Ese mismo libro apasionaría en un grado incomparablemente menor sin la impregnación de su verdad consternadora. Igualmente, en la televisión, los dos programas de máxima expectativa para los próximos meses son Los robinsones y El gran hermano, que giran sobre la vida en directo de dos grupos de personas, mostrando, en un caso, su peripecia en un medio hostil y, en el otro, en un espacio de vida doméstica. La creciente codicia por saber de los demás, del otro y de los otros, supera a la curiosidad por introducirse en cualquier leyenda preparada. El éxito de la película The Witch Blair Project se basó, especialmente, en la falsa creencia de que era cine-verdad.
Hace 30 años se hablaba del cinéma verité y su película insignia, Mondo cane, fue sólo un reportaje pionero sobre el Tercer Mundo. Con esa experiencia y otras, sin embargo, se ensayaron, contra la carrera tecnológica de los efectos especiales, procedimientos de rodaje que hacían visible la realidad directa de la filmación. Hoy, con el decálogo del grupo Dogma, postulante de emplear sonido directo, la luz natural o la cámara al hombro, se regresa a la batalla contra el artificio. Las películas, los telefilmes reproducen, cada vez con más frecuencia, historias reales pero, además, no habiendo ocurrido, se ruedan como si estuvieran en verdad ocurriendo. La verdad ha ganado prestigio sobre la invención y su influencia llega casi a cualquier forma de comunicación en los medios de masas. Hace unos meses Oliviero Toscani volvió a repetir su método de anunciar las prendas de Benetton con fotografías provocadoras, pero en esta ocasión prescindió de objetos manipulados o rostros anómimos. En los carteles publicitarios han ido apareciendo hasta 26 reos estadounidenses que se encuentran efectivamente en los corredores de la muerte. La estrategia con la que se convocaba la atención del receptor no descansaba principalmente en lo insólito de una idea, sino en el impacto de una verdad: la cara explícita del condenado a la pena máxima.
De forma similar, en EE UU primero, pero ya en todas las televisiones europeas, incluidas las españolas, se confecciona actualmente un tipo de noticia que ha recibido el nombre de info-entretenimiento. La información de un suceso, una catástrofe, una rebelión, se presenta de modo que incorpore los recursos reservados para componer un relato. La técnica propia de la ficción se subordina a la trasmisión de lo real, porque no existe hoy contenido más sugestivo. El nuevo gusto por las biografías, por los reportajes de aventuras verídicas, la atracción de los diarios íntimos y las memorias, la reelaboración de casos policiales o médicos vividos, componen parte del amplio surtido en que se plasma la nueva moda de lo real. Durante unos años el mundo exterior era abrumador y la reacción más inmediata evadirse. Ahora ese mundo es abrumador, pero cada vez más intrigante. La ficción nos llevaba de excursión infantil a parajes literarios de fantasía, alejados de lo real, pero ahora, un siglo después, regresamos resabiados a indagar en la promiscua realidad del aquí mismo.
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