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Sacrilegios

La piú lasciva ed amorosa città, de la que tanto presumen Emili Piera y Alfons Llorenç, despide últimamente un cierto tufo sacristanesco, entendiendo por ciudad el territorio valenciano más amplio. No sé si después de la mayoría absoluta Dios se reirá todavía de los pecats del piu, pero el sexto mandamiento vuelve a ser precepto dominante, al parecer incluso sobre "no robarás". Llevamos una temporada con evidentes tormentas hormonales: Primero, el vicepresidente Olivas blandiendo como "argumento político" antiguas relaciones personales de la diputada Armengol, que nada tienen que ver con el debate planteado.Luego, la Junta Central acusando de libidinosa a la heroína de un tebeo que precisamente lo que hace es luchar contra la desaparición de las Fallas. Disculpen si hablo de oídas, y adviertiendo que nada más lejos de mi ánimo que respaldar la labor intelectual del padre de la criatura, Carles Recio; pero anoto aquí una grave contradicción, ya que Fallerella defiende a naranjazo limpio la fiesta que los fundamentalistas del siglo XVIII hubieran querido suprimir "porque la confusión y el bullicio ocasionan a ambos sexos el desenfreno cruel de las pasiones".

Tengo mucho escrito sobre la vulgaridad y la misoginia con que las fallas han tratado tradicionalmente a las mujeres, en abierta contradicción con la reverencia que se dice sentir por la figura sacralizada de la fallera (de ahí que se considere sacrílego un sostén modelo rat penat o las bragas-senyera). Pero son las propias festeras, y las mujeres de cada barrio, quienes han de reclamar un respeto que nada tiene que ver con la prohibición del erotismo. De ahí a apelar a la censura y a convertir la Agencia de Patentes en una nueva Inquisición, va un trecho.

Casi tan abismal como el que separa las dos formas distintas de abordar la crisis municipal en Dolores, la Visa de cuyo Ayuntamiento ha quedado algo maltrecha en un club de alterne. De nuevo, la transgresión del sexto mandamiento como celestial circunstancia agravante de los zarpazos inflingidos a la alcancía municipal. La oposición socialista ha dicho que los dineros públicos son sagrados y hasta el PP ha llamado seriamente a capítulo al alcalde Ruiz Meroño por si se confirmara semejante profanación. En ese caso, ha advertido Eduardo Zaplana, sería una situación duramente reprobable y sancionable y el partido actuaría "con toda contundencia y la mayor dureza posible".

Pero no hubo escándalo interno cuando el cliente de la mancebía, respaldado por su partido, compró el voto que le faltaba para la alcaldía prometiendo subvenciones con documento notarial. Ni apenas extrañeza pese a que ordenara unos pagos por decreto en probable prevaricación. Ni la menor regañina tras aprobar, por si las moscas de un cese, la revisión del plan urbanístico que legaliza contrucciones ilegales, suyas y de los amiguetes. La vergüenza torera de algunos, por tanto, sólo viene provocada por "la pasión, la lujuria y la carnalidad" (una vez publicada).

Por cierto, Jaime Esquembre y Luis Martínez, que han destapado el caso en estas páginas, se refieren al Beni's con el término lupanar que, como es sabido, es la guarida de las lobas. Pero después de los cadáveres de La Vila y de tanta trata de mujeres engañadas y prostituidas, podríamos replantearnos la tesis de Hobbes. Todas las prostitutas no son Caperucita, pero habrá que ver quién es el lobo para quién.

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