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Inmigración e interculturalidad en las aulas MARINA SUBIRATS

Marina Subirats

En estos días se está realizando la inscripción del alumnado en las escuelas de primaria y secundaria para la escolarización en el curso 2000-2001. Para ello el Departamento de Enseñanza de la Generalitat ha publicado la resolución sobre la escolarización de alumnos con necesidades educativas derivadas de situaciones sociales o culturales desfavorables. Se trata de un tema de gran trascendencia social, porque afecta, entre otras cosas, a la manera de establecer la escolarización de la población inmigrante, cuestión que suele presentar aspectos conflictivos. Sólo si aprovechamos el momento actual, en que todavía nos hallamos en unos porcentajes muy bajos de inmigrantes procedentes de países con menos escolarización y menos oportunidades que el nuestro, podremos afrontar con éxito el reto y las ventajas de la multiculturalidad, que tan traumática ha sido y está siendo en países de nuestro entorno, y transformarla en un proceso de interculturalidad.En este aspecto, creo que es necesario hacerse algunas preguntas: ¿Qué cultura y qué educación deben transmitir nuestras escuelas, a medida que avancemos hacia una sociedad multicultural? ¿Qué significa aprovechar la multiculturalidad para lograr la interculturalidad?

La diferencia entre ambos términos puede resultar, a veces, confusa para el gran público, y merece algunas aclaraciones. La educación debe tender a socializar a las jóvenes generaciones en un mismo conjunto de saberes y de valores, puesto que, con elevada probabilidad, los inmigrantes que llegan hoy van a permanecer indefinidamente entre nosotros, y los niños y niñas de origen magrebí, chino o latinoamericano van a ser mujeres y hombres españoles. Estamos en una sociedad multicultural, pero la educación escolar no puede ser multicultural: el respeto a las culturas nativas no debe pasar por la transmisión, a través de la escuela, de los contenidos de las diversas culturas de origen, que, en el límite, resulta imposible, como lo resulta, por ejemplo, el que los inmigrantes sigan utilizando su lengua en la vida social o la moneda de los diversos países en los intercambios económicos. Tampoco por la enseñanza de las distintas religiones: el principio de la escuela laica debe ser mantenido, porque ha sido una conquista democrática de la que nuestro país no puede abdicar. Otra cosa distinta es que haya instituciones religiosas o de otro tipo que imparten, al margen de la escuela, conocimientos específicos a cada una de las culturas de origen.

La construcción de la interculturalidad es algo diferente: es saber rescatar de las diversas culturas aquellos valores y actitudes que tienen una validez universal, y que por alguna razón no están en la nuestra, e incorporarlos a la cultura común, socializando en ellos tanto a la población autóctona como a la población inmigrante. Esta operación, ciertamente compleja, tiene una ventaja educativa fundamental: sitúa al alumnado frente a culturas diversas pero válidas todas en algunas de sus pautas, de modo que cada persona, sea cual sea su origen, tiene algo que enseñar a sus compañeros y compañeras y a la vez algo que aprender de ellos. Es al mismo tiempo una operación que permite mantener la autoestima de todo el alumnado, interiorizar los mismos derechos, deberes y referencias culturales, y que le abre el horizonte hacia formas de ser y de estar en el mundo mucho más ricas y complejas que las que ha elaborado cada una de las culturas.

Así entendida, la educación intercultural constituye una aportación fundamental hoy también para nuestra población autóctona, no sólo porque le permite comprender la mentalidad de sus condiscípulos, sino porque la prepara para un mundo global en el que será cada vez más necesario poseer las claves de comprensión de actitudes y comportamientos diferentes a los nuestros. Que hoy tengamos en las aulas a niños y niñas de otras culturas debe ser visto, precisamente, como una ocasión de educación para la sociedad del futuro, no como un peaje que hay que pagar para poder contar con mano de obra de baja calificación.

En cuanto a los mecanismos básicos para mantener la igualdad de oportunidades, hoy no contamos aún con los dispositivos necesarios para evitar la formación de guetos escolares y lograr una escolarización óptima de niños y niñas inmigrantes. La creaciónde zonas especiales y de comisiones, tal como establece la normativa del Departamento de Enseñanza, es un paso positivo pero insuficiente, dado que aún no se las ha dotado ni del contenido ni de las capacidades para actuar en la manera descrita. Sólo si disponemos de este tipo de instrumentos y desarrollamos una política adecuada podremos llegar a una distribución de la población escolar inmigrante que no degrade su aprendizaje ni estigmatice a las escuelas a las que ésta asiste.

Frente a los brotes de racismo que han surgido últimamente en nuestro país es preciso hacer algo más que lamentarse: hay que poner los medios para evitar que los conflictos y los costes sociales derivados de la inmigración recaigan únicamente sobre los sectores autóctonos de clase baja, de modo que éstos se sientan amenazados por la llegada de inmigrantes y por lo que ésta pueda suponer de marginación de sus barrios, de sus escuelas y de sus formas de vida. Mientras la clase alta y la clase media suelen salir beneficiadas, económica y socialmente, de la llegada de inmigrantes, para la clase baja ello supone a menudo una pérdida de posiciones: mano de obra a bajo coste que permite rebajar salarios, fragmentación de los barrios, competencia por las ventajas marginales, aumento de los riesgos inherentes a todo colectivo marginado, etcétera, elementos que están en la base de la aparición de actitudes racistas y xenófobas.

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El conjunto de nuestra sociedad va a beneficiarse, en los próximos años, de la llegada de una fuerza de trabajo extranjera, que asuma funciones que la población autóctona no está dispuesta a realizar. Es justo, por lo tanto, que sea toda la sociedad la que se comprometa a acoger a esta población, a darle las condiciones que le permitan vivir dignamente entre nosotros, y a beneficiarse también de la diversidad cultural intrínseca a todo proceso inmigratorio.

Marina Subirats es concejal del Ayuntamiento de Barcelona.

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