Putin hace un vuelo electoral a Chechenia en un avión de combate
El primer ministro ruso, Vladímir Putin, voló ayer a Chechenia en el asiento del copiloto de un avión de combate Su-27 a cuyos mandos estaba el condecorado general Alexandr Jarchevski. En la recta final de la campaña electoral a la presidencia (la cita con las urnas es el próximo domingo), Vladímir Putin, favorito indiscutible de todas las encuestas, consolida así una imagen de dirigente fuerte que tiene su principal soporte, precisamente, en la conducción implacable de la guerra del Cáucaso.
El ex agente del KGB (Comité de Seguridad del Estado soviético), de 47 años, que podría ganar el Kremlin incluso en la primera vuelta, viajó ya a Chechenia el 1 de enero, al día siguiente de que Borís Yeltsin dimitiera y le dejase como sucesor designado al frente del país. El sorprendente aumento de la popularidad de Putin, que sólo contaba con el 1% de intención de voto cuando fue nombrado en agosto jefe de Gobierno, responde al aparente deseo de la mayor parte de la población rusa de contar con un brazo enérgico que saque al país del caos.Las imágenes de Putin practicando el judo (y derribando a su contrincante) y las que le mostraron por primera vez a bordo de un avión de combate (en octubre) cotizaron al alza en la bolsa demoscópica. Lo mismo podría ocurrir ahora, precisamente cuando algunas encuestas (las menos) empiezan a poner en duda que el domingo supere el 50% de los votos.
Tras ocho años de presidencia de Yeltsin, marcado en su etapa final por los estragos del vodka y múltiples problemas de salud, resulta esperanzador para muchos rusos pensar que ahora podrán tener en el Kremlin a un presidente capaz de subirse a un reactor que supera la velocidad del sonido, de ponerse a los mandos y de saltar de la carlinga embutido en su casco como si fuese un joven oficial.
Por mucho que el presidente interino diga que no hace campaña, su viaje relámpago de ayer, recogido por todos los informativos de televisión, vale más votos que 10 giras a la Rusia profunda de su rival comunista, Guennadi Ziugánov, al que triplica en intención de voto y que parece resignado al papel de comparsa.
Putin presidió en la base militar de Jankalá, en las afueras de Grozni, la ceremonia de despedida de un regimiento de paracaidistas que ha combatido en Chechenia durante meses, condecoró a oficiales y soldados distinguidos en la lucha, les lanzó una soflama patriótica y fue aclamado con "¡hurras!" estruendosos.
El presidente en funciones reconoció que la "operación antiterrorista" aún no ha concluido y que será necesario mantener en Chechenia con carácter indefinido una fuerte presencia militar, aunque mucho más reducida que en la actualidad, unos 100.000 hombres. Esta disminución de efectivos, señaló, ayudará a que Rusia cumpla los términos del tratado de disminución de fuerzas convencionales en Europa, arrumbado por Moscú cuando intervino masivamente en la república caucásica.
"Ésta es la última guerra de Chechenia", proclamó Putin, y concluirá con el "exterminio de los bandidos", entre otros motivos porque, de no ser así, continuaría el peligro de ataques terroristas en otras regiones de Rusia. Pese a justificar la guerra con la "pista chechena" de los atentados que, el pasado septiembre, se cobraron cerca de 300 vidas en Moscú y otras ciudades, el Gobierno ruso ha sido incapaz hasta el momento de demostrar que Shamil Basáyev u otros señores de la guerra de Chechenia estuviesen tras la cadena de bombas.
La campaña del Cáucaso no ha resultado el paseo triunfal que prometían los generales rusos cuando comenzaron las operaciones el pasado septiembre. La cifra oficial de bajas se acerca de forma inexorable a los 2.000 muertos. Pese a la conquista de Grozni y a la ocupación de la mayor parte del territorio checheno, la máquina de guerra federal no ha sido capaz de liquidar la resistencia rebelde en las montañas del sur.
Todavía ayer, el general Guennadi Tróshev, jefe de las fuerzas rusas del Cáucaso Norte, reconocía que la batalla de Komsomolskoe, que dura ya dos semanas, no ha concluido, y que en esa localidad de la boca de las montañas resisten unos 600 guerrilleros al mando del comandante Ruslán Gueláyev.
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