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La VOT

Madrid, en muchos aspectos, es más grande por dentro que por fuera, espejo que ha perdido el azogue en el que nos vemos al pasar al otro lado. Su enjundia se encierra en los barrios desparramados por las laderas que dan al río. Después vinieron los barrios cerca de la Universidad, las casas colmena en su levante, los poblados transidos del sur, las colonias opulentas hacia la sierra y los últimos y populosos distritos de inmigrantes. Pero el Madrid fetén, donde palpita el pretérito esplendoroso, engastado en miseria, sobrevive, casi desdeñoso, indiferente a la curiosidad de sus habitantes, entre Palacio y los antiguos lavaderos del Manzanares. Con tesón y despacio descubrimos cosas sólo familiares a los vecinos; y a los eruditos, claro.Una cita me llevó el otro día por el barrio de las Vistillas, la basílica ya remozada de San Francisco el Grande, las inmediaciones del hermoso puente de Toledo. A la estrecha calle de San Bernabé da la fachada, tranquilo barroco madrileño, del más antiguo hospital de la ciudad que conserva datos fiables de su procedencia. En los comienzos del siglo XVII se alza, con la cooperación de los católicos hermanos de la VOT, a la que pertenecieron reyes, grandes señores, príncipes de la Iglesia y los sobresalientes ingenios del mejor momento: Lope, Calderón, Quevedo, Cervantes.

Francisco de Asís, que hizo de la mayor pobreza -era de muy buena familia- la más templada de las armas espirituales, tuvo tres aciertos fundacionales: la Orden de Frailes Menores, la de monjas exclaustradas (con la valiosa colaboración de Donna Clara Sciffi, las clarisas) y el formidable y modernista hallazgo de la VOT, que incorporaba a la religión militante gentes que no tenían que abandonar la familia, ni el trabajo, ni los bienes (quien los hubiera). Esta última fue la Venerable Orden Tercera, impulsora de este hospital, que conserva otros récords, además de la antigüedad. Tuvo ocho salas que albergaban 200 camas, el inicial servicio de ambulancias -literas de mano llevadas por porteadores- y aquella casa del dolor que impuso el primer tratamiento antituberculoso en España.

La enumeración de las especialidades tiene el perdurable encanto de lo anacrónico. Allí se curaba el tabardillo, las calenturas, el desconcierto sobrevenido al enfermo por lo que se llaman enfermedades yatrogénicas; heridas, dislocaciones, corrupción de huesos, carbunco, granos, desmayos, flato y reumatismos, entre otros. Sobrevivió a dos grandes cataclismos: la guerra de la Independencia -con el pillaje de los generales- y la civil de 1936-1939. El milagro estaba en la fortaleza de su patrimonio y en su espíritu. El aire de viejo palacio y el poco frecuente claustro interior en la arquitectura civil madrileña envuelven y maquillan una actividad sanitaria excepcional. El cuadro médico abarca 31 especialidades. Pervive la recuperada farmacia con espléndido botellamen y una distribución celular, con habitaciones independientes, sustituta de las inmensas salas comunes. El acceso señorial, con escalera bifurcada, cuelga de los muros pinturas, esculturas y tapices, atribuidos, con modesto sigilo fiscal, a grandes maestros, amén de archivos valiosos sobre la nunca interrumpida actividad. Modernas instalaciones hospitalarias y los últimos hallazgos científicos. El primer quirófano tuvo fama bien ganada entre los mejores de la capital; hoy funcionan cuatro, atendidos por expertas manos. El laboratorio de patología analítica está junto a los más avanzados de Europa. Se aplica radioterapia y rehabilitación, y la atención adjetiva es dispensada, además de una nómina de enfermeras, por las franciscanas misioneras, alegres, esforzadas y competentes. Quizá se rehabilite la huerta aneja.

Hasta hace poco, desde la capilla contemporánea, con nave de cañón y valiosas tallas y pinturas, se ha retransmitido la misa por Internet. Y el dato impresionante: los servicios asistenciales son gratuitos para el enfermo que los precise. Subsiste merced a una vigilante administración del patrimonio y las donaciones de particulares, no las subvenciones. Está abierto al público y puede visitarse, porque sigue siendo algo pensado y dedicado al pueblo en el amplio, literal y liberal sentido. Una imagen del espejo sin azogue que nos regala este Madrid de nuestros pecados y nuestra ventura.

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