La Europa del 'benchmarking' ANDRÉS ORTEGA
Lo que ahora se lleva es la Europa que viene definida por una palabra, benchmarking, de fijación de hitos, nacionales y europeos, hacia los que pueden tender los Estados miembros y la propia UE para adaptarse a la nueva economía en los próximos diez años. De eso va a tratar fundamentalmente el Consejo Europeo extraordinario que el jueves y viernes próximos se reúne en Lisboa. Atrás quedan los planes de keynesianismo europeo de Jacques Delors y su Libro Blanco de 1993. Por varias razones; entre otras, porque la situación ha cambiado, y, en todo caso, Alemania no quiere aportar un euro más a las arcas comunitarios. En su documento de preparación de la reunión de Lisboa, Berlín lo ha dejado más que claro: "Ningún programa adicional de la UE con implicaciones financieras". Éste es el gran límite del debate que se pueda acometer en Lisboa, al que se suma la constatación de que el eje franco-alemán está desengrasado.En Lisboa no parece que se vaya a inventar nada, sino agilizar lo que está en curso. Más que grandes programas comunes, se prefiere este sistema de fijación de objetivos, de momento no cuantificados, no obligatorios (esto no es el modelo estricto de los criterios de Maastricht para llegar a la unión monetaria), pero que todos podrán criticar. Los hitos a alcanzar se refieren a la liberalización de los mercados de servicios y capitales, a la potenciación de las nuevas tecnologías, a la adaptación de los sistemas educativos o a la modernización de los sistemas de protección social. El objetivo central es crear más empleo; acercarse en este terreno a las potencialidades de un modelo estadounidense que llega a fascinar a muchos, pese a que aún no se comprenda en su totalidad, en el que la media de antigüedad de las industrias de manufactura es de tres años.
Con el benchmarking se compararán las experiencias nacionales en una especie de versión digital y positiva del "juntos pero no revueltos", o de, "si las barbas del vecino ves pelar...". Ésta no es ya la Europa de la integración, sino de la coordinación, incluso "abierta" para no asustar. Algunos lo llaman "intergubernamentalismo plus". Antes que construir estructuras o infraestructuras europeas para esta nueva economía, se trata de abrir espacio europeo. No es poco, y no hay ánimo para más, entre otras razones porque son los mercados los que tiran de la política, más que al revés.
No es casualidad que benchmarking sea un término inglés, pues el mayor impulso de ideas ha venido, una vez más, de Blair -pese a que se resista al euro, a pesar de la desinversión de BMW en Rover- y sus foros de reflexión como el Centre for European Reform, en el que Charles Leadbeater preparó unas primeras ideas para Lisboa en un folleto titulado "La nueva economía de Europa". Entre los objetivos que propone el autor destacan la educación obligatoria en colegios e institutos para que los jóvenes comprendan qué es ser empresario o emprendedor, o un modelo europeo sobre la fiscalidad de las stock-options en compañías jóvenes.
En esta estela se sitúan las contribuciones más alabadas: la de la actual presidencia portuguesa de la UE y la de una España que propone avanzar en tres etapas: la supresión en un año de todas las barreras, entre otras, al comercio electrónico en Europa; la liberalización paneuropea de varios sectores (electricidad, aviación, telecomunicaciones) en cuatro años, y, finalmente, para 2010, la renovación del modelo social europeo. Se llame de una forma u otra, la tercera vía tiene mucho de benchmarking, quizás porque carezca de una visión europea integradora. En el fondo, ¿no se ha dicho que Jospin "habla como Jospin pero actúa como Blair" o de éste "que habla como Thatcher pero actúa como Jospin"?, u otros giros similares para el propio Aznar, que acudirá a Lisboa crecido por los resultados electorales en el papel de referente del centro-derecha europeo. Sea como sea, como señala Leadbeater, "Europa necesita un nuevo discurso económico, porque se enfrenta a un nuevo reto económico".
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