Malestar francés
Parece un sino que cuando la economía francesa va bien aflore un malestar en la sociedad. A su solución no contribuye la carrera electoral de fondo que están librando ya el actual presidente gaullista, Jacques Chirac, y el primer ministro socialista, Lionel Jospin, con vistas a las presidenciales del 2002.Finalmente, la economía se ha puesto en marcha, creciendo a un 3,5%, reduciendo el desempleo y renovando las estructuras de lo que es un gran país. Aunque empezó con retraso debido a su obcecación por un modelo propio, Francia se está adaptando rápidamente a las nuevas tecnologías y a la sociedad de la información. De hecho, ahora va tan bien que, aparentemente saneadas las cuentas públicas con un notable excedente presupuestario, Jospin se ha sacado de la manga el anuncio de una reducción de impuestos equivalente a un billón de pesetas y la dedicación de otro cuarto de billón a mayores gastos sociales y de modernización de la Administración.
El primer ministro ha intentado responder así a la insatisfacción patente con las masivas manifestaciones de enseñantes y alumnos, contra las carencias en presupuestos y orientación de una política educativa en manos de uno de los ministros más impopulares, Claude Allègre, ahora dispuesto a una "verdadera negociación" con los trabajadores de la enseñanza. Nunca es tarde, pero es una protesta que viene de lejos.
Con la reducción de impuestos y un programa de Gobierno para los próximos dos años, Jospin intenta recuperar la iniciativa y compensar el desgaste de un Gabinete de "izquierda plural" en el que se produjo un agujero difícil de llenar con la salida, derivada de un escándalo de financiación, del superministro económico Dominique Strauss-Khan. Pese a todo, Jospin sigue manteniendo la popularidad. Su problema no está en los índices de aprobación de su persona o de su gestión, sino en las carencias de su imagen como presidenciable. No tiene, ni mucho menos, garantizada su elección a la presidencia de la República frente a Chirac, que sabe defenderse pese a flotar sobre una derecha rota en pedazos.
La crisis de la derecha ha quedado suficientemente aireada con la suspensión de sus funciones en el partido gaullista RPR de Jean Tiberi, actual alcalde de París, heredero de Chirac en el cargo y en las corruptelas que lo acompañaban. El RPR ha intentado una cierta catarsis, pero de forma contradictoria, pues Tiberi sigue al frente del emblemático ayuntamiento y, además, amenaza ahora con presentarse a la reelección en la primavera del 2001 al margen de su partido, lo que puede conducir a una derecha profundamente dividida a perder el Ayuntamiento de París. La batalla de la capital francesa puede marcar el camino de las presidenciales. En todo caso, una carrera al Elíseo de cinco años de duración, que se desarrolla en el seno mismo del Ejecutivo desde que Chirac tuvo que cohabitar con Jospin, tiene un coste excesivo. De ello se resiente Francia, e incluso el conjunto de la UE, que ha perdido parte de su impulso francés. Paradójicamente, cuando Francia va bien.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.