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La llamada de la historia MIGUEL HERRERO DE MIÑÓN

Confieso mi temor ante las mayorías absolutas cualquiera que sea quien las tenga. Por eso quienes hicimos las normas electorales de 1977, cuya huella han seguido fielmente las vigentes, buscamos, de propósito, evitarlas. Si, en 1977, UCD hubiera obtenido los resultados del PP el pasado domingo es claro que el consenso constitucional habría sido bastante más difícil de conseguir, y es a todas luces evidente que si AP hubiera contado con ella en aquellas fechas no tendríamos Constitución. Y no es menos claro que la ortodoxia económica y la relativa moderación de las dos últimas legislaturas han coincidido con mayorías relativas que forzaron primero al PSOE y después al PP a entenderse con Minoría Catalana.Pero también es cierto que la mayoría absoluta ofrece a quien la consigue unas posibilidades que le permiten afrontar tareas de magnitud histórica. Sin la mayoría absoluta de 1982, el PSOE no habría podido reconvertir la izquierda española, sin reticencias ni vuelta atrás, hacia la economía de mercado, el europeísmo y el atlantismo, que han supuesto pasos gigantescos en la vía de la modernización de España. Y la mayoría absoluta del 2000 permite al PP coronar empresas de no menor envergadura.

De entre todas ellas hay una de especial calado. España sigue sin tener definido su modelo de Estado. Lo que el ilustre Cruz Villalón denominaba su Constitución territorial. Porque nuestro Estado de las Autonomías no puede ocultar la asimetría nacional que Cataluña, Euskal Herria y Galicia suponen, ni la marginalidad en las Cortes a la que la victoria del PP ha reducido a los nacionalismos periféricos impide su enraizamiento en las respectivas naciones. Creer lo contrario fue un error conjunto de UCD y del PSOE en las Constituyentes y la primera legislatura que aún estamos pagando. No debiera repetirse hoy marginando a CiU, acosando al PNV u olvidando que el avance del BNG es lento pero cierto. En el sigloXXI las reivindicaciones nacionalistas pueden ser encauzadas, pero no negadas. Integrar a los nacionalismos no es simpatizar con ellos, es servir al Estado.

Precisamente porque el PP no depende de nadie para gobernar; porque no necesita en las Cortes de los diputados nacionalistas; porque tiene una oposición capitidisminuida, puede ser generoso y liderar un gran pacto de Estado con todas las fuerzas parlamentarias, sin prescindir en modo alguno del PSOE ni de los nacionalistas, que resuelva la doble asimetría de nuestras autonomías. La asimetría nacional procedente de los hechos diferenciales catalán, vasco y gallego y la asimetría económica que plantea su financiación y la del resto de España. Lo primero requiere un reconocimiento de la diferencia a la medida, allí donde existe; lo segundo, un sistema de financiación que, partiendo del análisis pormenorizado y público de la balanza de pagos, permita eludir agravios comparativos y mantener el principio de solidaridad con los menos desarrollados. Para lo uno y lo otro hay fórmulas técnicas disponibles y sólo hace falta voluntad política para aunar fuerzas y criterios, hacer conjuntamente pedagogía ante la opinión y plasmar los acuerdos en las correspondientes relecturas constitucionales o reformas estatutarias y legales. Y todo ello, claro está, ha de venir precedido y envuelto por la actitud de diálogo que excluye el permanente reproche y el dictado con rígidas ofertas de adhesión. Cuanto más poder se tiene, más flexible se debe y se puede ser.

Ahora, felizmente, no hay elección alguna en el horizonte y sería necio tratar de provocarlas en Euskadi para obtener ventajas de partido a cambio de una desvertebración y crispación aún mayor de la que ahora hay. Cabe, en consecuencia, prescindir por parte de todos de las actitudes intransigentes impuestas por la demagogia electoral y hacer un esfuerzo para alzarse no sólo a la altura de los votos, sino, ya obtenidos éstos, a la altura de la historia. La historia que llama a la puerta de los afortunados. Y la virtud del político consiste en transformar la buena suerte en gran obra bien hecha.

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