Imaginaciones
LUIS GARCÍA MONTERO
Eduardo Mendicutti acaba de publicar El beso del cosaco (Tusquets, 2000), una nueva novela en la que regresa al mundo familiar de Sanlúcar de Barrameda. Los lectores de Eduardo podrán recordar la atmósfera de El palomo cojo, la educación sentimental de un niño que nace en las extravagancias de una familia cargada de mitos y aprende a imaginar la vida, a fabricarse una específica ilusión de futuro, observando a los demás, escuchando los rumores nocturnos de la casa, haciendo suyos los recuerdos elaborados por los otros. En esta nueva novela se aborda el mismo paisaje sentimental, pero desde la perspectiva contraria, el regreso de la anciana Elsa Medina Osorio a la casa familiar de La Desembocadura. Después de consumir sus años en California, hasta donde llegó tras abandonar a su primer marido por un amor amable y civilizado, Elsa vuelve a Sanlúcar para morir, para desembocar finalmente en el mar, y organiza con sus parientes y sus recuerdos una gran fiesta de despedida, la Fiesta de la Agonía. La imaginación inquieta de la anciana vuelve al pasado a través de los olores, los tonos de luz, los objetos conservados o desaparecidos, las palabras y los silencios de familia. Igual que el protagonista de El palomo cojo aprende a imaginar su futuro, Elsa necesita inventarse el pasado, construir una leyenda a mitad de camino entre las huellas de la realidad y los pliegues de su deseo.
El lector sabe desde el final del primer capítulo que se trata de un regreso imaginario, porque la protagonista agoniza en la habitación de un lujoso geriátrico, en las colinas de La Jolla, a pocas millas de San Diego. Las penumbras finales de la anciana activan los secretos de la memoria, alientan el carácter intuitivo de la imaginación y convocan una fiesta familiar a la que están invitados los vivos y los muertos, los supervivientes y los que se quedaron congelados antes de tiempo en el álbum fotográfico, con el brillo y la avidez de la juventud todavía en los ojos. La verdad es que la muerte llega siempre antes de tiempo, y así lo demuestra la pasión vital de Elsa, que sigue imaginándose el pasado según sus deseos, a los 92 años, como una forma secreta de darse compañía y calor a sí misma en las oscuridades del coma.
Eduardo Mendicutti utiliza las palabras con una sabiduría exacta y creativa. Si su estilo se ha caracterizado siempre por unir la riqueza del idioma a la eficacia narrativa, en esta novela cuida especialmente la precisión del lenguaje y elabora más que nunca los ejes de la historia y la entidad de los personajes. El verdadero acierto de El beso del cosaco es que los muertos aparezcan de una manera natural, sin realismo mágico, conduciendo al lector hasta el corazón de los mecanismos imaginativos de la memoria y la literatura. Cada vida es un almacén de sueños y melancolías, una pasión herida que Eduardo Mendicutti saca de esa caja de sorpresas que llamamos realidad. Por eso el protagonista de la novela es un cosaco de ébano, un fetiche familiar ante el que los personajes aprenden el difícil interrogatorio de sus deseos. Para ser feliz, apasionadamente feliz, hay que arriesgarse a la desgracia.
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