_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La tienda, la ciudad y la izquierda VICENTE VERDÚ

La comunidad de Madrid pierde cada año 6.000 comercios minoristas, de manera que desde 1996 han desaparecido 19.000. El efecto no sólo es que más de 55.000 personas hayan perdido su empleo, sino el propio empleo que la ciudad ha perdido. Sin comercios minoristas por las calles, los centros urbanos disminuyen sus prestaciones y, al cabo, su uso y su atractivo.Tras su reciente derrota, la izquierda española busca ideas que movilicen a los ciudadanos y abastezcan su programática de progreso. He aquí una. En la defensa de la ciudad, en la vitalización de las urbes se encuentra una sustanciosa provisión para mejorar la existencia cotidiana de la gente. Actualmente, es una formación conservadora como CiU en España quien se ocupa más de estas cuestiones. Defendiendo efectivamente una vida tradicional, logra ofrecer una mayor calidad de vida. Frente al veloz desmantelamiento del comercio minoritario en Madrid (mercerías, botillerías, talleres de reparaciones, tiendas de ropa, de electricidad, zapaterías o librerías), Cataluña ha conseguido mantener prácticamente su número en los últimos años. De hecho, en Cataluña operan hoy más de 111.000 comercios, frente a 67.500 en Madrid.

La muerte de los minicomercios responde, en parte, a su falta de dinamicidad para adaptarse a las nuevas demandas, pero también, en mayor medida, a la asoladora competencia de las grandes superficies y centros comerciales de extrarradio. En Cataluña, como en otras prósperas regiones de Europa, se limitan las autorizaciones para la instalación de macrocentros comerciales que pueden amenazar la continuidad de los minoritas urbanos. Con ello se defiende no ya a los establecimientos, sino a los vecinos; no sólo la vida de los comercios, sino la bondad y la amenidad del barrio. Se trata de una legislación intervencionista que discrimina en favor de los pequeños, una discriminación positiva que legisla en favor de la convivencia.

Estados Unidos ha sido el país que, como en otros aspectos, ha marcado el cambio en nuestros últimos hábitos de compradores. No sólo ha influido en lo que escogemos para comer, vestir o divertirnos, sino en dónde adquirimos estas cosas.

Para los estadounidenses el mall, el gran centro comercial, es una seña de identidad de sus ocios de fin de semana, pero con una significación muy diferente. Para los estadounidenses, que ocupan el territorio extensivamente sin una trama apretada y feraz como la nuestra, el centro comercial ha cumplido las veces de la plaza pública. En el centro comercial se citan las parejas y los amigos, se encuentra la densidad de los cines, los restaurantes, las tiendas y las discotecas que no existen en la retícula de sus ciudades convencionales. Pero éste no es el caso español ni europeo. Sin una política que proteja a los comercios de la ciudad y deje a la decisión del mercado la apertura de grandes complejos, aquí se arruina la interrelación ciudadana y se crea el patológico espacio de soledad y delincuencia de las peores metrópolis.

Más aún: la razón del mercado ha seguido en Estados Unidos su avance y los mall, queridos allí como remedos de la ciudad tradicional, han sido atacados por los power centers donde los productos se expenden ya sin apenas relación con el cliente, ni atención al aspecto del establecimiento. Fundados sólo en la atracción de un precio más bajo, los power centers despachan la mercancía a la manera de un almacen industrial, reduciendo el ritual de la compra a un estricto acto de suministro.

Curiosamente los estadounidenses han empezado a añorar y rehabilitar, en la segunda mitad de los años noventa, los alegres y concurridos centros comerciales de antaño. Nosotros, todavía en una fase anterior, más sugestiva y nutricia, deberíamos luchar por la conservación de ese patrimonio humano de los comercios ciudadanos amenazado por la fuerza mercantil de las grandes superficies. La izquierda política, buscando aquí y allá qué renovar para progresar y rehabilitarse, debiera aprender cuanto antes la alta inteligencia de preservar, para dignificarse.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_