Pasaron ya
EDUARDO URIARTE ROMERO
Demasiadas decisiones importantes han quedado supeditadas en Euskadi a los resultados de las elecciones. Todos los partidos habían dejado los deberes para después y una vez visto el resultado, con el enorme batacazo de la izquierda, dos cosas relevantes se pueden apreciar. Por un lado, una negativa, la gran polarización electoral entre el PNV y el PP, que en apariencia y en principio no favorecerán los encuentros; y por otro, una positiva, la enorme capacidad y autoridad que le otorga al PP el respaldo electoral alcanzado para poder aventurarse en dar salida a nuestra problemática situación.
Pero antes de ponerse a recomponer tantas cosas rotas será necesario realizar un gran esfuerzo de entendimiento. En estos meses pasados han existido demasiadas aportaciones al diccionario que son difíciles de entender por el ajeno, máxime cuando se trata de retorcer conceptos ya existentes. Además, el clima de enfrentamiento ha erigido demasiados prejuicios y fáciles generalizaciones. Se achaca a los constitucionalistas, por ejemplo, sacralizar la Constitución, pero hay diferencias: el que esgrime la Constitución como un ladrillo y el que la presenta destacando su carácter dúctil y flexible, cualidad de toda constitución que se precie. También se hacen otras fáciles generalizaciones, como la que todos los abertzales son iguales, aunque hayan hecho sus esfuerzos para que parezca así.
Después de las elecciones nos encontramos en Euskadi con una seria inestabilidad política en las instituciones. Están en minoría el Gobierno vasco, las tres diputaciones y dos de los ayuntamientos de las tres capitales. Esta inestabilidad, además de promover la paralización de las instituciones, produce inseguridad y vacío, condiciones favorables para que los que se sitúan fuera del sistema, con la violencia como único lenguaje, actúen. Se hace necesario buscar marcos de armonización para transformar la pluralidad en pluralismo, o habrá algún tipo de estallido. Tras la aventura de Lizarra, el Estatuto ha quedado hecho jirones y las reglas del juego descompuestas por dos ideologías asincrónicas, una dentro del sistema y del momento histórico, y otra fuera. No sólo el discurso de ETA expresado en sus manifiestos parten de una concepción absolutista previa a la toma de la Bastilla, también en estos meses otros les han acompañado planteando reivindicaciones ajenas a la realidad social y a la correlación electoral vascas, basada en derechos de la historia y determinadas predestinaciones. Ante éstos están los posicionamientos liberales que han manifestado la existencia en Euskadi de una ciudadanía en conexión con el sistema político e ideológico que funciona hoy en el mundo avanzado.
Entre una y otra concepción hay dos siglos de distancia, aunque en España pervivieran enfrentadas, generando demasiadas guerras civiles, pronunciamientos y, finalmente, el Movimiento Nacional franquista. Pero en 1978 la gran mayoría decidió optó por el sistema constitucionalista. El conflicto, como les gusta a los nacionalistas plantearlo, es el viejo conflicto de las dos Españas: el absolutismo, en sus diversas versiones -carlismo, integrismo, Movimiento Macional-, y el constitucionalismo originado en el liberalismo ilustrado. Se trata de un conflicto anacrónico en las puertas del siglo XXI. Este conflicto, en el siglo pasado, en Euskal Herria, como la llamaban los carlistas, sólo se resolvía con el desangramiento del integrismo, con su cansancio militar y, en ocasiones, como en la Restauración, con una involución política.
Es un conflicto difícil de resolver, porque ambas concepciones, absolutismo y liberalismo, no funcionan hoy en el mismo plano ni época. Pero sólo hay una salida, el espíritu constitucionalista, tanto para el nacionalismo democrático como para el Gobierno central. Y desde hace mucho tiempo no se había dado un Gobierno con tanto respaldo electoral como para intentarlo.
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