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Crítica:TEATRO - 'LA VISITA DE LA VIEJA DAMA'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La pesadilla del capital

Es un texto duro, pulido, sarcástico, claro: tiene casi medio siglo (1955), se ha representado en todo el mundo, se ha hecho cine (La visita del rencor, de Pietrangeli, 1964: Ingrid Bergman, Anthony Quinn, Irina Demick, Paolo Stoppa...), convirtió al suizo Dürrenmatt en uno de los más importantes dramaturgos del siglo en la escuela alemana (base en Brecht) y apenas ha perdido fuerza. O quizá la ha ganado. Contiene: a) una despiadada crítica del capital, del dinero como corruptor; b) una crítica durísima de la burguesía media, del contexto de una ciudad de habitantes podridos y de sus estamentos: el cura, el maestro, el alcalde, el juez, el policía; c) una negación de la justicia en todo el tiempo en que se desarrolla la comedia trágica, o simplemente tragedia; d) un retrato del rencor, del odio que nunca se apaga.Dürrenmatt no tenía esperanza (enorme distancia con Brecht), y este montaje es una demostración de que estaba en lo cierto. El capital se ha echado encima de su texto; la burguesía lo admite perfectamente comprendiendo que esa crítica dura y acusadora se refiere al otro, gran hallazgo de nuestro tiempo. Juan Carlos Pérez de la Fuente ha tirado millones sobre el escenario. No responde en absoluto al texto: cualquier otra obra se podría haber puesto en ese montaje. Y, también, mal. Es un conjunto de imágenes que se deben agolpar en sus no muchos años de vida, y de espectador, y de desgarrado aficionado al teatro.

La visita de la vieja dama De Friedrich Dürrenmatt

Versión de Juan Mayorga. Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente. Composicion Musical, Mariano Marín. Reparto: María Jesús Valdés, Juan José Otegui, Héctor Colomé. Centro Dramático Nacional, Madrid.

Todo empieza con un mal entendimiento de la obra, que hace presente en el programa. "No creo que fuera su intención moralizar y hacer una radiografía de nuestro comportamiento": sí. "Su obsesión por la muerte le llevará al convencimiento de que nuestros actos están desprovistos de sentido": no. No hay obsesión por la muerte y hay una carga de sentido realista de todos los actos que refleja. Y así sucesivamente. Ha debido leer los libros equivocados.

Y ha echado encima un montón de teatro inverosímilmente unido: un armazón de estación de ferrocarril que recuerda al de Gerardo Vera para un Chéjov en este mismo teatro; unos figurines para afligir con ellos a María Jesús Valdés hasta hacerla recordar a Celia Gámez, como los boys del apoteosis final; un paso de Semana Santa como los de las obras de Távora; eunucos como derviches danzantes: nazis, piezas de carne, zapatos. Millones derrochados para matar un texto. Que sobrevive. Gracias a algunos actores. Desde luego, a Otegui, conmovedor en su papel de culpable / víctima. A María Jesús Valdés, que bastante hace con soportar sus sombreros, sus plataformas bajo los pies: si además hace que el texto se entienda, ya es bastante. A Héctor Colomé, con gran voz.

Gracias, también, al admirable equipo técnico del teatro, que hace que se realice todo muy bien.

Quizá el público vaya a apreciar mucho esta obra: puede que le impresione. Puede, también, que el derroche de millones públicos le irrite. Es fruto de la obsesión de grandeza de este joven director, que ha debido pasar años soñando desde presupuestos muy sencillos en el día en el que pudiera gastar a manos llenas. Pero en montajes anteriores el despilfarro ha estado más adecuado. En éste parece una pesadilla, un mal sueño de mala digestión.

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