El ojo que te ve EUGENIO SUÁREZ
Dijo don Antonio Machado: "E1 ojo que ves no es / ojo porque tú lo veas; / es ojo porque te ve". Puede aplicarse perfecta y adecuadamente a la pintura, donde el lienzo, el soporte, es el rebote de lo que mira y ve el ojo del artista, que pinta lo que es, no lo que no es. ¡Ay del arte que necesita explicaciones! Parece que el largo sarampión abstracto está dando las boqueadas y comienza el ocaso de esos Leonardos de Vinci de garrafa, que montan teorías filosóficas y estéticas para amparar el inalienable derecho a manchar telas para que sean adquiridas por organismos oficiales. Leonardo se valía de lápices y pinceles para ilustrar otras cosas. Pintaba lo que veía delante de las narices y dentro de su prodigioso cerebro, no lo que no era.Viene esto a cuento de un suceso que ha tenido lugar en las espaciosas salas del Centro Cultural de la Villa, en el subsuelo de la plaza de Colón, arropado por una estruendosa cascada. A menudo alberga muestras antológicas de pintores españoles, reuniendo la obra en ocasión única. Buen enclave urbano, excelente distribución, afortunada luminotecnia, estas manifestaciones albergan entre los 100 y los 150 cuadros. La que tiene aún vigencia, al parecer, sobresale algo de otras muy meritorias, por la afluencia y disparidad del público que, con un misterioso olfato, acude, por medio del "boca a boca", allí donde hay algo bueno. Según me comenta una de las simpáticas ujieres, se llegó a contabilizar una media de 2.000 visitantes diarios.
No es una galería de ventas. Son cuadros y dibujos buscados, solicitados y cedidos para su exhibición por quienes los adquirieron en su día. Grandes coleccionistas, nombres ilustres y, cita interesada por la vieja amistad, la aportación de Carmen Bonel, de Javier González de Vega, entre otros afortunados. La entrada es gratuita y declaro no tener el honor de conocer personalmente al autor, Guillermo Muñoz Vera. Supe de oídas, sé, por el catálogo, que nació en Chile, se ha nacionalizado español hace tiempo y aquí luchó por abrirse paso. Es joven, tiene 44 años y pinta y habita ahora en la madrileña ciudad de Chinchón.
Me llamó, subliminalmente, la atención un sordo murmullo, el bisbiseo que flotaba en el amplio recinto, extraño en tales lugares. Eran los quedos comentarios, las confidenciales explicaciones de quienes volvían con familiares o amigos: "Mira, qué luz se cuela por esa ventana; ¿ves el brillo en los ojos del niño, el trazo en el boceto, cómo se transparenta la vena en esa sanguina?; ¡qué calidad del lápiz con pastel!".
Sorprendemos la fatigada miseria de esos portales de la calle del Barco, el brillo quebrado de aquellos baldosines desgastados, el abandono de la ropa de faena que acaba de dejar el pintor.
Y los tejados de la ciudad sobre la antigua anarquía de las viejas callejuelas, el inesperado tragaluz de una buhardilla, el bar con la taza de café frío, los churros sobrantes y EL PAÍS plegado y recién leído; las aceras, las esquinas, una cabina de teléfono, el vertedero en su marchito y soleado abandono. Y el ser humano, vertido al óleo, al pastel, el grafito, el temple, el lápiz, sobre lienzo, tabla, papel...
Allí la mujer hermosa, arrogante, las adolescentes desnudas, frente al dominico que vive en el pueblo, el joven derrumbado en un rellano, hincándose la aguja. Las muchachas del Viernes Santo, enlutadas, desde la mantilla y la peineta hasta las medias y los zapatos negros. La chica del blusón de cuero, los travestidos, la puta de la Ballesta, el torero vistiendo de luces su inminente miedo, apuntes, bodegones, retratos y la pleitesía del artista ante los grandes mecenas: las coca colas, los cavas, la Telefónica, El Corte Inglés, la Caja de Ahorros, como antaño pintaban al burgués de Amberes o al cetrino hidalgo castellano.
El alcalde o sus ediles de cultura no han podido o querido prolongar este evento como la expectativa creada pareció solicitar. No ha sido único, en verdad. Recuerdo antológicas de Úrculo, Antonio López, Cuíxart y otros que van calando en la, al parecer, reciente sensibilidad del pueblo de Madrid. Gente de toda edad, sexo y condición, rendida ante la maestría. El último día que fui, la única corbata que se paseaba por las salas era la mía, lo que no quiere decir absolutamente nada.
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