Nigeria, un polvorín religioso
La introducción unilateral de la ley islámica en el norte musulmán pone en pie de guerra a la minoría cristiana
ENVIADO ESPECIALEn Sabon Gari, el barrio cristiano de Kano donde se apretujan cerca de un millón de ibos, existe un vocablo maldito que enardece a los más pacíficos: sharia (la ley islámica). En las tiendezuelas del gran mercado bañadas por el polvo y la suciedad cuelgan toda clase de mercancías: telas, zapatos, casetes, máscaras, ristras de fruta y carnes abiertas en canal cubiertas por un manto negro de moscas. Sus dueños son de la etnia ibo, emigrados desde la difunta Biafra, comerciantes ricos en una sociedad rural, musulmana y hausa. "Nadie me puede prohibir beber alcohol o viajar en taxi junto a mi mujer", se queja Nicodemus, un ibo con 15 años de vida en Kano. "Soy un hombre común, ignoro muchas cosas, pero sé que este asunto es político". A su vera, un fortachón narizñato que resopla como una locomotora interviene: "No pueden imponernos su religión; éste es un país libre, una democracia. Con la sharia habrá otra Kaduna en Kano".
Kaduna, la antigua capital del territorio del norte durante la colonia británica, ha quedado asociada para siempre a ese temor atávico a la sharia. En la batalla campal de la semana del 20 al 27 de febrero, en la que una manifestación cristiana contra la ley islámica fue atacada por jóvenes musulmanes, gran parte de la ciudad quedó calcinada. Fuentes médicas calculan que en aquellas jornadas de vandalismo y fuego, en las que las dos comunidades se dieron a la barbarie con igual odio, perdieron la vida más de mil personas.
"Kano es la capital de los conflictos religiosos", dice, sentado detrás de su mesa parroquial, el padre Tracy, un irlandés larguirucho con siglos de experiencia en Nigeria. "Aquí, en Kano, siempre está todo preparado para empezar". Alrededor de la iglesia de Nuestra Señora de Fátima, la más antigua del país, se extiende el gran mercado. Cualquier chispa transformaría este lugar en un infierno. "Los ibos están a la espera, se han preparado: hay mucha gente armada. Dicen que esta vez no les cogerán por sorpresa, como en 1967".
Una agravante en Kano, Kaduna, Sokoto (donde el martes quemaron templos) o Samfara, los Estados norteños musulmanes y hausas más inclinados a aplicar la sharia, es el analfabetismo, que ronda el 80%. "Así, la gente es muy manipulable", sostiene el sacerdote irlandés.
Igwe Nnadi es el jefe tradicional de los ibos en Kano. Se expresa con moderación en medio del polvorín. Parece un extraterrestre. "Tras lo ocurrido en las calles de Kaduna pasé toda la noche pegado al teléfono, tranquilizando a mi gente, para evitar que un incidente en Kano sirviera de excusa para otra matanza". La situación de los cristianos aquí es más débil, apenas superan el 12% de la población, mientras que en Kaduna representan un 50%. "Creemos en la paz", sostiene el jefe Nnadi en su despacho de abogado. "No deseamos que Nigeria se convierta en otro Líbano o en otra Argelia. Rezamos para que no se repita lo de Biafra ".
Nnadi cree posible que detrás de la introducción de la sharia esté la mano extranjera. "Gaddafi estuvo por aquí durante la época de Sani Abacha ". Un diplomático occidental añade tres nombres a la lista: Arabia Saudí, Pakistán o Irán. Pero un afgano que trabaja en una ONG tiene sus dudas: "Lo de Kaduna no estuvo tan bien organizado. Cierto es que iban armados con palos, cuchillos o machetes, pero no aparecieron los Kaláshnikov. Si Irán estuviera detrás, le puedo asegurar que el resultado hubiera sido otro. Lo peor es que esto puede despertar el interés de estos países por Nigeria".
Junto a la pista exterior se mueve otra paralela: "Los musulmanes hausas, que han gobernado Nigeria casi de forma ininterrumpida desde la independencia del Reino Unido, sienten que han perdido peso político", asegura el diplomático. Acusan al presidente Olusegun Obasanjo de traición, de favorecer a su etnia yoruba (del oeste). El dedo acusador apunta hacia el ex presidente y ex general Ibrahim Babangida, un hausa musulmán acostumbrado a la sombra de las bambalinas; él financió la campaña de Obasanjo y ahora se muestra irritado por las investigaciones sobre la corrupción y la exigencia (en privado) de Obasanjo para que Babangida devuelva parte del botín de su presidencia.
En la explanada de la mezquita de Magcilachi Motala, un grupo de personas haraganea en la solana de las dos de la tarde. Al fondo, en una casita de paredes de adobe, imparte sus enseñanzas el imam jefe de la ciudad, Mallan Isa Waziri. "No sé por qué los cristianos temen la sharia, tal vez odian el islam", musita, sentado en el suelo, con voz de santón. "Para nosotros, la sharia es importante; no se trata sólo de religión, es toda nuestra vida, el mensaje de Dios, una referencia". Uno de sus discípulos añade: "La sharia sólo se aplica a los musulmanes; los ibos no la quieren porque, para algunos, su negocio es la venta del alcohol, y eso es deshonesto. No podemos tolerar que las malas costumbres se desarrollen ante los ojos de nuestros hijos".
Yusuf Sumbo, el secretario del emir para asuntos religiosos, pondera las virtudes de la sharia contra la corrupción, el crimen, la prostitución y la homosexualidad. El imam Mallan explica que la ley islámica tiene dos partes, una civil (herencias, matrimonios, propiedad...), aplicada en el norte de Nigeria desde hace siglos, y una penal, que se desea reintroducir. "Un ibo posee el privilegio de elegir entre la sharía y la ley ordinaria, pero un creyente musulmán, no".
Los hausas hablan de la sharía, los ibos rememoran Biafra y a su mítico general Ojuwku y los yorubas han comenzado a edificar una conciencia nacional. Mientras, en el gran mercado de Sabon Gari, los comerciantes echan el cierre a sus puestos, cuentan la ganancia del día en medio de runrún del almuédano y comienzan a caminar por el Kano hausa y musulmán parloteando de fútbol con sus vecinos. Es el único terreno en el que todos, las 250 etnias que componen este complejo país, se sienten de verdad nigerianos.
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