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Nice!

Elvira Lindo

Hay cosas que uno desearía ver por primera vez para volver a tener la emoción del primer vistazo. Si es verdad que amamos las cosas porque las reconocemos, de la misma forma que la música se aprecia más cuando se ha escuchado varias veces, uno quisiera pasear por las calles de la ciudad en la que ha crecido y mirar para arriba, para el final de los edificios, y para las caras de la gente por descubrir ese secreto que quiere llevarse guardado cualquier primerizo. Hay veces que hago ese ejercicio, mirar Madrid como si no la hubiera visto nunca, aunque en cuanto veo una escultura o una fuente reciente no puedo evitar ver la mano torturadora de mi alcalde, que, como tenga su casa tan amueblada como tiene la calle, uno imagina los problemas de limpieza con los que se enfrenta a diario la señora Manzano (de ahí que las vacaciones a cargo del Ayuntamiento, en mi opinión, fueran merecidas).Hay momentos intensos en los que es más fácil imaginar que uno está en un Madrid que nunca ha visto; son esos momentos en los que se llega al aeropuerto desde otro lugar del mundo e intentas volver a interpretar el lugar en el que vives. Llegaba yo de esa ciudad tan extraña como superficial que es Los Ángeles, en la que todo parece amable, o nice, como repiten incansablemente los americanos para recalcarte lo agradable que es todo, o para obligarte a creerlo, y venía acordándome de tantas cosas que había leído de esa ciudad antes de verla. No me había extrañado que algunos arquitectos consideraran como un buen proyecto de ciudad de futuro a una ciudad donde decían que uno sólo podía moverse de un lado a otro con el coche. Bueno, sí, tengo que hacer una excepción, me había extrañado oírselo al arquitecto Luis Fernández-Galiano, para mí un ejemplo atípico de arquitecto y además humano, un adjetivo del que supongo huyen como de la peste. El caso es que uno lee sobre las ciudades, y por fin las conoce, y tengo que reconocer que Los Ángeles me sorprendió porque así, en ese primer vistazo lleno de interés con el que uno quiere desvelar misterios, lo que vi fue una urbanización infinita de casitas en muchos casos apetecibles, con ese aire de belleza práctica tan agradable de la arquitectura americana, y en algunos casos, como dirían los entendidos, "interesantes", casas de los años cuarenta y cincuenta, con un aire cinematográfico, del cine en su mejor época; casas en las que, a la caída de la tarde, uno puede imaginar perfectamente ver andar por el porche a Lauren Bacall, a Bogart, con un pequeño vaso de whisky. Al principio, lo primero que se te viene a la mente es: ¿dónde está la inhumanidad que yo esperaba?, porque los coches circulan rápido y sin las brutales congestiones de Madrid, sin ruidos de cláxones, ni cabezas que salen por la ventanilla para insultar al de delante. Hasta los coches parecen humanos, también cinematográficos. De uno de ellos puede bajarse Whitney Houston y pedirse a tu lado, en la misma barra cromada en la que tú te apoyas, una hamburguesa, para luego salir del bar y dejar un recuerdo maravilloso de su belleza y a tres guardaespaldas esperando el bocadillo de la estrella. Los miembros de la delegación española de cine nos convertimos inmediamente en catetos y pensamos que en esta ciudad de luz intensísima es fácil tocar la gloria. El primer día te reconcilias con el juicio de tantos arquitectos a los que uno ha escuchado con la desconfianza que normalmente le provocan sus juicios.

Pero la opinión va cambiando según pasan los días, según uno va advirtiendo que para moverse entre esas casitas tan humanas, tan nice, uno sólo puede hacerlo subiéndose a un taxi, que, por cierto, ha de pedirse siempre por teléfono porque no circulan con normalidad por las calles. Aquí nada se improvisa, cualquier visita es con cita previa, ni tan siquiera se improvisa la amabilidad con la que te atienden esos bellísimos dependientes de las mejores tiendas, donde la simpatía tiene un precio muy alto. Los catetos vamos en taxi a la calle del hotel de Pretty Woman, a ese Rodeo Drive donde uno puede pasar de cenicienta a princesa, y después de dar un paseo inquietante en absoluta soledad, los catetos llamamos a otro coche a que nos lleve a tomar una copa. Todos siempre bien parapetados en la chapa con ruedas para no ser tomados como locos o delincuentes por esa policía que da miedo nada más verla y es, dicen, una de las más corruptas del mundo.

¿Qué ciudad veo cuando llego a Madrid? Una ciudad en la que puedo echar a correr, a andar, a rozarme con la gente que se me cruza. Siento la misma alegría que un perro al que se le suelta la correa y puede mear en el árbol que le apetezca.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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