La extraña plaza de Letamendi AGUSTI FANCELLI
La plaza de Letamendi es una plaza extraña. De hecho, no es una plaza, sino un instante de duda de la calle de Aragó en su obcecada fuga hacia el sureste. Por no ser una plaza, es sorprendente la variedad de vegetación que echa raíces allí. Hay acacias, magnolias, encinas, cipreses, un olivo y muchos tipos de palmeras: washingtonianas, canarias, excelsas...En la plaza de Letamendi ocurren cosas extrañas. Un día, el señor Sardà se sentó en uno de los bancos del lugar, al lado de un clochard con un vago parecido a Hemingway que leía el periódico. Le ofreció un cigarrillo y aquél le contestó maquinalmente: "Umac pimbela darantx birinotsu". Así empezó el drama del señor Sardà que Josep Maria Espinàs ha descrito en uno de los cuentos de Un racó de paraigua. Otro señor, de nombre Federico Mayol, se refugió en un bar de esta plaza de un tremendo temporal que se abatió aquella tarde sobre Barcelona. Mientras el camarero le servía cafés que sistemáticamente se le enfriaban antes de tomarlos, Mayol recordaba el momento en que su mujer, con la que llevaba muchos años casado, le había sacado de casa una semana antes, según el relato de Enrique Vila-Matas en El viaje vertical.
Ayer mismo, justo delante de la Delegación de Hacienda en la que transcurrieron las no menos extrañas y apasionantes historias de los inspectores Huguet y Aguiar, publicadas por entregas en los periódicos, se hallaba el candidato por Iniciativa- Verds, Joan Saura, ante una mesita portátil con dos pilas de libros de texto, una de 12 libros y la otra de 5. Ante la de 12, había un cartel que explicaba que una persona con unos ingresos anuales de 11 millones de pesetas, con el actual Gobierno del PP recibía una subvención para los libros escolares de sus hijos de 12.000 pesetas, equivalente a esos 12 libros. En cambio, rezaba el otro cartel instalado ante la pila menor, una persona con unos ingresos de dos millones de pesetas anuales -que es la media de lo que perciben los ciudadanos españoles por su trabajo- recibe una ayuda de 6.000 pesetas, materializada en esos cinco libros (al parecer, más caros que los anteriores). Ante los periodistas, Saura proseguía con otros relatos surrealistas como que en 1998 sólo 569 personas de este país habían declarado que poseían más de 100 millones de pesetas o que en 1997, en Cataluña, los ingresos del Estado por impuestos sobre las rentas del capital habían supuesto 445.000 millones de pesetas, mientras que en 1991 esa cifra alcanzaba los 557.000 millones. Y acababa apostando por una fiscalidad ecológica que permitiera disminuir los impuestos que gravan sobre el trabajo. Debo confesar que ahí me perdí. Supuse, sin estar muy seguro, que esa ecotasa que reclamaba el candidato serviría para sustituir el alcornoque muerto de la plaza de Letamendi.
Ya les digo, en esa plaza ocurren cosas muy extrañas.
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