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Tribuna:LA CRÓNICA
Tribuna
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La red de pederastas que nunca existió IGNACIO VIDAL-FOLCH

La otra noche leía Maestros antiguos, el último libro de Bernhard, un autor que no sé si me gusta o me ha gustado mucho, y cuando por decimoctava vez Bernhard, o más bien el personaje protagonista de la novela de Bernhard, se lanzaba a despotricar contra los váteres austriacos, contra su dudosa higiene, que los hace, afirma, los más sucios de toda Europa incluido el último villorrio de los Balcanes (de la misma manera que Bernhard repitió hasta extenuarse que no hay gente más hipócrita que la vienesa, ni ciudades más muertas que las austriacas), a la decimonona vez que mencionó el asunto de los váteres embozados, la impaciencia cerró el libro de ese Bernhard que de repente se me antojó un viejo imbécil y quejica. (A pesar de que nada tiene el acento de la verdad tan marcado como los exabruptos de los caballeros de las letras contra sus propios países natales: las canciones de Brel contra los flamencos, las invectivas de Nietzsche contra la pesadez de los alemanes, los exabruptos de Bernhard contra los austriacos: vacunas contra el infame patriotismo). Como otras veces, tuve la sensación de que la gracia amarga que hace leer a mis amigos germánicos las novelas de Bernhard entre carcajadas de incrédula angustia se pierde en la traducción, por excelente que sea y reputado Miguel Sáenz. Y como quedaba noche por delante y aún tenía ganas de leer, leí el libro de Arcadi Espada Raval.¡Y resulta que el libro de Espada reproduce en la página 14 y glosa en todas las demás una sentencia de Bernhard; una frase de Bernhard en el libro de declaraciones a Krista Fleischmann, que le está entrevistando para la televisión; Bernhard, que de joven había sido periodista en la radio austriaca -la radio en el espacio cultural y político germano es infinitamente más seria que en España, los estamentos culturales y políticos de Germania no le dan la espalda a la radio, ni la radio a éstos, la radio es algo muy serio en Austria y Alemania-! La frase habla del periodismo en los siguientes sarcásticos términos: "Como periodista se puede, si se empieza desde los diecisiete o los dieciocho años, pisar cadáveres hasta que se es viejo y senil y no se puede ya leer ni salir de casa. Eso no lo ofrece ya ninguna otra profesión. Por eso las personas que han sido alguna vez periodistas y han probado la sangre siguen siendo periodistas en cuerpo y alma hasta el fin de sus días". Espada, investigando en 1997 para este periódico el caso famoso de la red de pederastas del Raval que alquilaban niños a sus desalmados padres, red de la que se habló en todo el mundo pero que nunca existió, llegó a "una conclusión extrema: nada de lo que contaban era verdad. En realidad, para qué engañarnos: yo trabajaba como el inspector. Por las razones que fuera, la piel de mis hijas o el desprecio, que subía como la marea de un váter embozado, por un oficio que había dejado de ser el mío, decidí que todo aquello era falso, falsa la policía, el juez, la fiscal, la bondad organizada, falsos los periódicos".

Como se ve, es el libro soberbiamente escrito de un hombre indignado: esas falsedades y errores policiales, periodísticos, judiciales y psicológicos, fruto del deseo de unos de obtener un éxito sonado, en fechas en que el caso Dutroux en Bélgica había puesto a todas las policías en alerta roja sobre los crímenes de pederastia; la pereza de otros para contrastar los datos; la abulia del juez para leer el sumario; la incompetencia y el miedo de la Administración a admitir los errores cometidos y obrar en consecuencia... mancharon con grandes titulares varias reputaciones, llevaron a la cárcel a unos cuantos inocentes y pusieron a varios niños bajo tutela de la Administración arrebatándolos a sus "familias biológicas".

El miércoles pasado, Raval se presentaba en el bar Raval, con el patrocinio de los editores -Xavier Folch por la edición en catalán y Jorge Herralde por la castellana-, el elogio de Juan Goytisolo, en presencia de Albert Boadella y Pere Gimferrer y de algunos de los injustamente acusados de formar parte de la red de pederastia y posteriormente puestos en libertad.

"Todavía quedan cinco personas encausadas", dijo Espada, "entre ellas la pareja grotescamente inculpada por alquilar a su hijo, y, el caso más dostoievskiano, el de una pobre mujer acusada de tener un burdel y dar permiso para que sodomicen a sus hijos. Todos fueron inculpados falsamente, las pruebas reunidas no sirven para incriminar a nadie; el caso Raval demuestra con qué fundamentos precarios e indignos puede una persona ser condenada en la prensa e ir a la prisión... y nadie rinde cuentas".

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