El enigma del Tupungato
Una expedición militar argentina de casi un centenar de hombres acaba de regresar de la cordillera de los Andes de buscar uno de los misterios mejor guardados bajo sus nieves perpetuas: restos de las víctimas de un accidente aéreo ocurrido hace 53 años. El objetivo se situaba en el Tupungato, un monte que se encumbra hasta los 6.860 metros, contra el que se estrelló un avión británico el 2 de agosto de 1947. La operación de rescate no ha escatimado medios: nueve camiones Unimog, 45 mulas, una cámara hiperbárica para atender edemas pulmonares o cerebrales y motos todoterreno eran parte del arsenal de los expedicionarios, que debieron avanzar por un terreno con canales de deshielo y morenas (glaciares cubiertos de tierra y piedras) y enfrentarse a una baja presión de oxígeno.La expedición ha trasladado hasta el depósito de cadáveres de Buenos Aires cuatro cajas con restos humanos. Los análisis de ADN permitirán determinar a quiénes de los 11 ocupantes del avión corresponden los cuerpos encontrados, que, aparentemente, pertenecen a dos hombres y una mujer.
El Avro Lancastrian 691, un bombardero de la Segunda Guerra Mundial adaptado para vuelos comerciales, realizaba la ruta Londres-isla Ascensión-Río de Janeiro-Buenos Aires-Santiago-Lima-Caracas-Ascensión-Bermudas-Londres para la compañía British Southamerican Airways. Viajaban a bordo cinco tripulantes y seis pasajeros británicos, suizos, alemanes y palestinos. Una fuerte tormenta obligó a una escala forzosa en la ciudad argentina de Mendoza. Tras reemprender el vuelo, las condiciones adversas convirtieron el Tupungato en una muralla natural infranqueable. La nave se estrelló en la ladera sur, a 5.500 metros de altura.
El aviador José Mosío y su hijo Alejo, al mando de un grupo de andinistas, hallaron el Lancastrian el pasado mes de enero. Llevaban más de dos años en busca de restos de aviones siniestrados en la cordillera. En las faldas del Tupungato encontraron, primero, restos de la nave, y más tarde, tres cadáveres mutilados en perfecto estado de conservación por las bajas temperaturas. El hallazgo puso fin a las especulaciones que situaban el avión en el Aconcagua o bajo las aguas del Pacífico, y abrió el camino a la operación de rescate que ahora ha finalizado.
Sin embargo, algunos de los interrogantes permanecerán bajo las nieves andinas. En los 53 años transcurridos desde el siniestro se han tejido numerosas leyendas, a cual más fantástica. De la presunta carga que transportaba el Lancastrian se han escrito deliciosas historias que dieron rienda suelta a la imaginación: joyas de dudoso origen y destino, lingotes de oro, documentos secretos y cifrados que podrían haber comprometido seriamente al Gobierno de Juan Domingo Perón, que había accedido a la presidencia un año antes.
Pero junto a la fantasía convivía la realidad, y ésta quiso que entre los pasajeros se encontrara un tal Paul Simpson, de 44 años, correo diplomático del rey JorgeVI. Su misión era transportar valijas con información secreta del Foreign Office a las embajadas. La oficina de Exteriores británica nunca reveló el contenido de la maleta de Simpson, pero la especulación hablaba de instrucciones confidenciales para la Embajada en Santiago, o de información estratégica para el Gobierno argentino.
El capitán y piloto del avión, Reginal James Cook, de 29 años, era un veterano de la Segunda Guerra Mundial que sobrevivió a 90 misiones. Nunca comunicó que estaba en situación de emergencia y, al parecer, hizo caso omiso a las informaciones de los controladores, que le advertían de un fuerte temporal. El contacto por radio se cortó pocos minutos después de que el Lancastrian levantara el vuelo.
José Mosío explica que en la época en que se produjo el accidente se volaba "irresponsablemente" a causa de la agresiva competencia de la posguerra, que trataba de desplazar al transporte marítimo.
En las laderas del Tupungato yacen ocultos bajo la nieve los restos de otro avión, un bimotor Curtiss C-46 perteneciente a una compañía estadounidense. Se estrelló el 4 de agosto de 1979, con cinco tripulantes a bordo y a unos 5.000 metros de altura. Los equipos de rescate localizaron los restos de la nave dos años después, pero no pudieron llegar hasta la cabina, enterrada bajo grandes bloques de hielo, donde, aparentemente, permanecen los cadáveres. El Ejército argentino ha descartado una nueva expedición a los Andes por su elevado coste.
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