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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los vascos

A los ocho días del asesinato de Fernando Buesa y Jorge Díez, en Euskadi hay más división y desconcierto que nunca. La división se hizo patente en la manifestación del sábado en Vitoria; el desconcierto se manifiesta en la dificultad de los dirigentes políticos para explicar los motivos de esa división.La imposibilidad de celebrar una manifestación conjunta en Vitoria -no así en Pamplona- constituye un fracaso del lehendakari. Si el PP y el PSOE buscaron una forma de diferenciarse fue bajo la presión de muchos ciudadanos que no estaban dispuestos a desfilar sin más tras Ibarretxe y las consignas que había decidido unilateralmente; pero no principalmente por desacuerdo con la pancarta, sino por resistencia a manifestarse conjuntamente con el partido que sigue asociado en Lizarra al brazo político de la banda que cometió el doble crimen. La consigna elegida, que traslucía el deseo de no agraviar demasiado a ETA, no ayudaba a superar esa resistencia; tampoco la falta de sensibilidad del entorno de Ibarretxe para consultar a los socialistas, como en su día hizo Ardanza en situaciones similares. Pero ambas cosas eran secundarias. Lo principal era que quienes antes habían estado dispuestos a reconocer la autoridad y el liderazgo del lehendakari contra ETA, ya no lo estaban.

No por razones ideológicas. Lo que muchos vascos consideraban inaceptable era que hubiera tenido que producirse el crimen para que Ibarretxe se decidiera a romper con EH-HB. En suma, que no lo hubiera hecho tras el anuncio de la ruptura de la tregua ni tras el asesinato del teniente coronel Blanco. Y que ello hubiera ocurrido después de meses en los que ha actuado más como comisionado de su partido en el Gobierno que como lehendakari de los vascos; sin separarse ni un milímetro en actitudes y declaraciones de lo que previamente habían dicho Arzalluz o Egibar: algo que no había sucedido con sus antecesores.

La estrategia nacionalista de tender puentes hacia el mundo de ETA y HB habría exigido en todo caso la ruptura inmediata en cuanto se produjo el primer atentado. Inmediata: para dejar establecido que con asesinatos de por medio no hay puentes posibles. Al demorar la ruptura del pacto que sostenía a Ibarretxe y negarse luego a abandonar Lizarra, el nacionalismo no violento ha transmitido un mensaje de impunidad, de que el pacto está blindado. Es decir, que el objetivo ya no es la paz, sino una paz que defina un marco político más favorable para el nacionalismo sin pasar por las urnas.

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Si se añade la ofensa de Arzalluz a los ciudadanos que protestaban contra esa situación, considerándoles manipulados por los servicios secretos, se comprende que muchos vascos quisieran manifestarse por separado. Ibarretxe era la única persona que podía haberlo impedido; pero para ello tendría que haber contrariado a la dirección de su partido, decidido a convertir la marcha en un acto de autodesagravio.

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