El collarín térmico JUAN JOSÉ MILLÁS
La situación, en la línea de salida, es la que sigue: Aznar reivindica la "España normal", ejemplificada por él mismo, en contraposición a "la cosa esa de comunistas y socialistas", que decía mi madre. No cita como en el 96 a Azaña, ni siquiera a Popper. Ya tiene obra suficiente para citarse a sí mismo. Eso no significa que diga siempre lo que piensa, aunque cuando habla más de diez minutos seguidos le sale, no puede evitarlo. Quizá por eso rehúye el cara a cara con Almunia, al que, sin embargo, no cesa de hostigar con pellizcos monjiles. Puede que esa falta de contención sea la causante no ya del rudimentario "cero patatero", que tan cruelmente repitieron los telediarios adictos, sino del fragor a chatarra que a veces despide su maquinaria electoral.El problema es que Aznar se ha pasado cuatro años vendiendo centro centrípeto y justo ahora las cosas se le han puesto centrífugas. O sea, que se le van de las manos. Sus asesores, con buen juicio, le aconsejaron que adelantara las elecciones, pero él se empeñó en continuar dando vueltas, fascinado por el movimiento inercial, y de súbito han salido despedidos Pimentel y Villalonga y Piqué (presunto alzamiento de bienes en Ertoil), por no citar a doña Eulalia, la señora de Álvarez del Manzano, que quizá haya dudado entre pegar carteles o pegar parches Sor Virginia, que son más milagrosos.
A Pimentel y Villalonga es que no saben si utilizarlos como modelos de actitud bursátil y conducta moral, respectivamente, o como el paradigma de la deslealtad felona, viva la redundancia. A falta de instrucciones, cada uno los utiliza como puede, y el resultado, desde la percepción del contribuyente, es un batiburrillo. En Antena 3, después de El primer café que con tanta energía reprime Isabel San Sebastián, sale un programa de teletienda en el que anuncian un "collarín térmico" que sirve para todo. Si te duele el cuello, lo metes en el congelador antes de ponértelo, y si te duele la cabeza, en el microondas. Quizá sea al revés, da igual, el caso es que tiene unas normas.
A Pimentel, en cambio, lo meten en el microondas o en el congelador de modo aleatorio, sin ningún criterio. Su mismo sucesor le ningunea miserablemente por las mañanas y lo ensalza por las tardes, ignoramos con qué fin terapéutico. Y con Villalonga, lo mismo. Se los van a cargar de tanto meterlos y sacarlos de lugares contradictorios. Tampoco al votante le sienta nada bien esta ducha escocesa. No hay libro de instrucciones, en suma. Fotocopien el del collarín térmico de Antena 3.
Lo malo es que este trasiego entre el congelador y el microondas sea el símbolo de una indefinición ideológica de más calado, porque eso no hay ortopedia que lo arregle. El PP, de hecho, no acaba de definirse, por ejemplo, en relación a los sucesos de El Ejido, como si dudara entre afiliarse al antirracismo o a los índices de audiencia. Le ocurre lo mismo con la fusión, o lo que sea, entre Telefónica y el BBVA, de la que un día hablan y otro deshablan. Entretanto, Rato se fue a inaugurar una exposición de Buñuel, como si Buñuel perteneciera a su cultura. Uno, cuando Fraga mandaba más que ahora, se iba a París en autoestop para ver películas de Buñuel en la clandestinidad y jamás se cruzó con Rato ni con Margarita Mariscal. Lo que pasa es que cada vez que recuentan los votos y se acuerdan de que en el 96 sólo ganaron por 300.000, que en euros no son nada, se calzan no ya el collarín térmico, sino hasta las vanguardias. La guerra es la guerra. Vamos a más.
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