Ventanas en la Gran Vía
JOSU BILBAO FULLAONDO
La exposición sobre Las ventanas en el arte, en el espacio de la Gran Vía de Bilbao que la Fundación BBK tiene para estos menesteres, ofrece sensaciones encontradas. La originalidad de la idea es irrefutable. Muchos de los ejemplos elegidos resultan atractivos. Cerámicas, acuarelas, óleos, instalaciones y fotografías conviven fraternalmente en este proyecto comisariado por Martine Soria. Cada una de estas disciplinas incorpora su propia personalidad al conjunto, pero su amontonamiento resulta farragoso en sus matices. La fotografía representa una tercera parte de la obra expuesta, con firmas de indudable prestigio.
Sabemos que la ventana sirve para mirar y ser visto. El interior deja paso al exterior, y también a la inversa. En la noche puede convertirse en grito de luz. Durante el día se abre a los más pintorescos destellos solares. Marca unos límites, pero abre nuevos horizontes y esperanzas. Con alegría anuncia el nuevo día. Puede contar historias o provocar impactos visuales. El documento fotográfico más antiguo, el primero del que se tiene referencia, nace desde una ventana. El borgoñón Joseph Nicéphore Niepce (1765-1833) fue el pionero que dejó este legado mitológico para generaciones venideras. Bajo el titulo de Punto de vista desde la ventana del Gras, este investigador fijó las luces y sombras de un palomar después de varias horas de exposición. Una imagen difusa donde las líneas y formas de los edificios que enseña se funden eliminando los detalles, pero conservando el interés de un tótem sagrado.
Con esta savia genética no es de extrañar que la ventana sea para la fotografía un tema al que han recurrido numerosos autores. Sin olvidar que la propia cámara es a su vez un cuarto oscuro con ventana, el sujeto ofrece unos resultados donde la composición se organiza desde una perspectiva similar a la que determina el contenido, lo que enriquece la interpretación y significado de estas realizaciones. Los ejemplos que se presentan en esta exposición de la Gran Vía discurren entre preocupaciones formales, expresivas y en la búsqueda de nuevos efectos poéticos. La pareja que se besa en el locutorio de la cárcel de Dijon (Francia) contrapone lo de dentro y lo de fuera. Pero Jane Evelyn Atwood, que guarda el anonimato de los protagonistas, realza el cariño correspondido con unas manos entrelazadas que contrastan sobre la falda oscura de una mujer que se deja querer. Brassaï, el amigo de Picasso y Giacometti, de manera insólita, con el gusto de quien hace arte de la vida cotidiana, utiliza la imagen de una mujer limpiando zapatos tras los cristales para preguntarle a su amigo español: ¿Verdad que Inés es bella?
En clara línea figurativa está Robert Doisneau con la toma de dos jóvenes que lanzan una botella incendiaria desde una ventana a través de la cual puede verse parte de la catedral de Nôtre Dame en París. Lucien Clerge antepone ante el marco que se abre a Central Park el desnudo de una mujer cuyas curvas quedan delineadas por el contraluz.
El cerebral André Kertész está representado por una toma desde el exterior y hace que nos fijemos en varias estanterías llenas de libros dispuestas tras los cristales. La toma de Willy Ronis desde su apartamento, con la suavidad del destello lumínico que proviene de un suelo mojado, tampoco tiene desperdicio. El fotomontaje de Paul Bury, un torbellino de ventanas que surgen en la cima de un rascacielos neoyorquino, manifiesta una preocupación innovadora. Lo mismo ocurre con los reflejos de ventanas de Pepe Doñate sobre la fachada de edificio acristalado que se convierte en un mosaico policromado.
De esta manera, con toque propio y original, desfilan cerca de veinte fotógrafos. Su trabajo, junto el del resto de participantes, se ve un tanto constreñido en una sala apropiada para obras de formato pequeño y mediano, pero con espacio limitado. Con todo, el catálogo, por lo manejable, resulta excelente. Austero, bien tratado, con alta calidad de reproducción, es paradigma para iniciativas venideras.
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