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Bananas ENRIQUE GIL CALVO

Enrique Gil Calvo

Además de significar un concurso de programas políticos rivales, las elecciones generales siempre implican también una suerte de reválida o examen retrospectivo al que se presenta el Gobierno para refrendar su ejecutoria en el pasado ejercicio del poder. De ahí que no se trate tanto de medir a Aznar con Almunia como de juzgar a aquél en función de sus hechos políticos. Pues bien, en este sentido, la reválida de Aznar debiera arrojar un resultado claramente negativo.Se dice que su balance económico es positivo, en términos de saneamiento, presión fiscal, crecimiento y empleo. Pero la rampante inflación amenaza esa estabilidad, pues la liberalización sigue todavía pendiente. Además, el recorte impositivo ha beneficiado casi exclusivamente a las rentas de capital, agravándose el injusto reparto de la riqueza en perjuicio del ingreso asalariado. Y por si esto fuera poco, el empleo estable apenas ha crecido, por lo que los jóvenes siguen sin poder emanciparse de sus padres. Si España fuera bien, como sostienen los portavoces de Aznar, deberíamos estar atravesando un pequeño baby boom, pues la proporción de gente en edad de casarse es la más elevada de la historia. Pero nuestras tasas de nupcialidad y fecundidad son las más bajas del mundo, luego algo falla en la propaganda oficial.

Por lo que hace al balance político, el fracaso es casi absoluto. Excluyo referirme al desastre, el ridículo y la incompetencia de que hacen gala los aciagos ministerios que andan en boca de propios y extraños: Exteriores, Justicia, Fomento, Cultura, etcétera. El problema es que los ministerios mejor valorados, como Trabajo e Interior, tampoco exhiben un saldo aceptable. Todo su presunto centrismo ha quedado al descubierto con la indigna manipulación política de la Ley de Extranjería y los hechos de El Ejido, donde se toleró, si es que no se alentó, un flagrante linchamiento colectivo con el único objeto de ganarse el voto neofranquista. Esto ha forzado la dimisión del defenestrado ministro Pimentel. Y respecto a la cuestión vasca, el saldo neto es negativo, pues alienando al PNV las cosas quedan mucho peor que hace cuatro años.

Pero nada de esto tendría que parecer demasiado preocupante de no ser por su confluencia con lo que sin duda resulta la más grave acusación que cabe formular contra el régimen de Aznar. Me refiero a su sistemática vulneración de los principios democráticos, negándose a someterse a la accountability horizontal con procedimientos tan ilegítimos como el hurto del debate parlamentario, la compra y sometimiento de la opinión pública, la coactiva intervención de la sociedad civil y la creación de todo un sector económico semiprivado pero politizado que le es (o era) deudor, afín y vasallo. Así se viola la estricta separación independiente entre lo público y lo privado, cayendo en la práctica objetiva pero impune de la corrupción política y demostrando carecer del sentido constitucional del Estado, al que se confunde con un instrumento expoliable al servicio clientelar del poder personal.

Se recordará el escándalo de Kohl y la CDU alemana, que aceptó financiación ilegal a cambio de desviar el interés público en beneficio privado. Pues bien, lo mismo ha hecho Aznar, aunque por lo que sabemos no en efectivo sino en especie, pues un grupo de empresas privadas le regala propaganda política gratuita tras masivas compras mediáticas a cambio de obtener el control monopólico del conjunto de la economía española. Y aquí ha podido cruzarse hace poco el Rubicón, invirtiéndose el sentido del enfeudamiento público-privado. Hasta ahora teníamos al Grupo Telefónica por un instrumento al servicio de Aznar, pero tras su acuerdo con el BBVA bien podría ser a la inversa, convirtiendo a España en una república bananera al servicio de esta nueva United Fruit. Una vez muerto, los barones del Vizcaya le achacaron la financiación ilegal del PSOE a Pedro de Toledo. Y también ahora el Bilbao-Vizcaya asume y avala esta Macro Filesa que es la Operación Telefónica, a cambio de conquistar la cumbre de la aristocracia financiera. Pero ¿a quién le cargarán esta vez el muerto?

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