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LA CASA POR LA VENTANA Abejas de alquiler JULIO A. MÁÑEZ

¿Qué no estaremos en este mundo para hacernos ilusiones? Si un catedrático de Universidad que dice ser especialista en Shakespeare monta un congreso mundial sobre su autor predilecto en los flatos del Milenio, si mientras llega el día se dedica a esquilmar el bolsillo de ayuntamientos y otras corporaciones locales, si en los preparativos del evento figuran más de un vuelo trasatlántico del interesado y de sus familiares a cuenta de los contribuyentes, y si a la hora de justificar la millonada aporta facturas de lociones de afeitar y embellecedores de la piel para cuadrar las cuentas, entonces no hay duda de que estamos ante una muestra más del notable desparpajo del profesor Conejero para mantener el peluquín a costa de nuestros impuestos. No es noticia, pero suscita más de un interrogante acerca de la liberalidad con que muchos políticos, no se sabe si engañados u obligados, disponen de los fondos públicos en ese territorio subcomanche en que los populeros han convertido la feria de sus muchos escaparates. Cierto que Dionis-Bayer dispone de un historial muy historiado y repeinado y que a saber lo que sabrá este hombre -más neblinoso que londinense- para que la política se incline ante su saber incógnito. Igual ha sido testigo (ocular, por ejemplo, aunque no hay que desdeñar su temprana afición al vodevil del móvil, tan desarrollada en su época de Benidorm) de otros saberes que casi todos los demás desconocemos. Un Macbeth de repostería localizado en Alzira con personajes autóctonos por aquí, una afilada recreación valenciana de El moro de Venecia por allá, tal vez también un Tito Andrónico local con más víctimas al levantarse el telón que en su versión original.La habilidad de ese tránsfuga de sí mismo para hacer de trapisondista tiene parangón, para nuestra desgracia, si bien por distintos medios, en otros muchos ejemplos igualmente emprendedores, y no me voy a referir otra vez a los afanes de Rodolf Sirera, gran dramaturgo y excelso guionista de telebasuras, por crear un Centro Coreográfico de la Generalitat al servicio de su esposa, cuando hasta la Carmen Alborch de los institutos culturales hubo de solicitar más datos, presa del estupor, para ver si dos y dos sumaban cuatro, lo que recuerdo ahora que Valencia ha estado durante una semana en brazos de la madura danza contemporánea. Nada de eso. Sólo quiero mencionar al gran Rafa Blasco, tan aguerrido acaso como su resuelta esposa y más ubicuo que la abeja Maya, polinizador independiente de la concepción zaplanista de la vida, que en entrevista publicada en este periódico demuestra una vez más lo cuerdamente que obró su anterior jefe, Joan Lerma, al cesarle en su momento de manera fulminante. No es la única enseñanza de ese monumento al desparpajo, de esa rechifla grotesca al rigor intelectual. Gracias a esa entrevista, es ahora público de dónde saca Consuelo Císcar sus refritos de becaria al justificar tanta volcánica vocación de servicio para superar el trasnochado conflicto fratricida entre izquierda y derecha (bien entendido que siempre a favor de uno de los hermanos), aunque no se determina si tan feliz maridaje se acoge propiamente a la vía marital o se extiende a la exultante aventura compartida de la independencia política a expensas del artístico manejo de los presupuestos públicos. Pobre Rafi, tan lejos de la sabiduría china y tan cerca, casi en el punto de mira, de José Luis Olivas. Sus secuaces de ahora han condecorado dos veces a Joan Lerma: el bullicioso alcireño nunca obtendrá de ellos más que la porquería que ya tiene, el empleo.

Otra pregunta que me quita el sueño es si los artistas, aunque va quedando claro que lo son mayormente de la navegación bajo bandera de conveniencia, hallarán tiempo bastante para deleitarnos con sus estupendas creaciones con tanta cena -y sus resacas- en compañía de gente tan plasta como Miguel Ángel Cortés o Ana Botella. Con la sebosa intención de dar servicio a la altura de todos los Blascos y los Ciscares juntos, mencionaré algunos de los motivos de mi inquietud: ¿A Francis Montesinos no se le cae el bigotillo a los pies al tener que realzar la impedimenta de la segunda de nuestras Consuelos?

¿Temerá Manolo Valdés tanto como yo los efluvios acaso deletéreos de Arturo Virosque? ¿Rafael Moneo está seguro de que Rita Barberá respetaría sus delicadas proporciones? ¿No encuentra el lector cierto parecido telúrico entre Almazán y Alma Mahler? Saltando del gallo al burro, ¿deja Joan Álvarez el periodismo instrumental para disfrutar como merece de un auténtico filón zaplanero que encarrilará su edad de plata como galán de cine? ¿Y si Rafa Blasco no tuviera otro remedio que disfrazarse de doctor en la investidura, no de Lerma, sino del mismísimo Conejero Bayer Tomás como Bufón Magnífico de la Universidad de Náquera a los compases de una charanga dirigida por Mayrén Beneyto y coreografiada por Ximo Hinojosa?

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