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Tabaco

Los cigarrillos -dice una información llegada del Reino Unido- contienen 600 ingredientes y aditivos secretos -es decir, ajenos al tabaco y perjudiciales para los fumadores-, según un documento del Ministerio de Salud de dicho país, en el que consta el reconocimiento de culpabilidad (o, por los menos, de responsabilidad) por parte de varias tabaqueras sobre esta escandalosa adulteración. El mencionado organismo ha anunciado que dentro de unas semanas publicará la lista de los 600 ingredientes y aditivos "para que la gente sepa lo que está fumando". Se supone que será también para meter en la cárcel a unos cuantos tabaqueros y sus cómplices, tanto del ámbito privado como de la Administración pública, por fraude, por corrupción y por atentado contra la vida.El ministro británico del ramo afirma que nadie sabía nada acerca de esos 600 aditivos, entre los que se encuentran sustancias tan dispares, extrañas al tabaco y desacordes dentro de un cigarrillo como ácido cítrico, cacao, sucrosa, cianamida, plomo y amoniaco. Pero si ni él ni sus homónimos del mundo entero lo sospechaban, o son de una candidez infantil o unos incompetentes, o de alguna manera andan metidos en la trama.

Porque los cigarrillos de la mayoría de las marcas poseen unas propiedades que contradicen las propias del tabaco. De un lado, los cigarrillos ni siquiera saben a tabaco, mientras les caracteriza un toque agrio y un picor irritante que a lo mejor explican la presencia del amoniaco. Tampoco el olor de los cigarrillos de ahora es el propio de tabaco: donde se fuma no queda aquel aroma cálido exclusivo del tabaco, sino un espeso hedor a sucio. Y, sobre todo, la quema del tabaco no tiene nada que ver con la inexorable combustibilidad de los cigarrillos

El tabaco auténtico, o se fuma o se apaga. En cambio los cigarrillos actuales, una vez prendidos se queman solos en el cenicero o donde se les deje, hasta su consunción total, y curiosamente, la ceniza permanece tan cohesionada que mantiene su forma original antes de encenderlos.

Los aborígenes americanos, pioneros en el arte de fumar, enrollaban las hojas de tabaco y hacían por un lado lumbre, por otro sahumerio, relató el padre Las Casas; y así ha venido siendo durante medio milenio, hasta la aparición de estos cigarrillos, que ni sahuman ni es preciso fumarlos para que ardan.

De entonces acá (a unas décadas atrás nos referimos) el tabaco resultaría excelso u horro, pero siempre era tabaco. Al malo le llamaban "de guitarra" porque obligaba al fumador a rasguearse raudo la chaqueta para que no prendieran en ella las motas incandescentes que saltaban de la picadura. El tabaco español estaba entre los peores y se denominaba moruno.

Una vez viajaba por las pedanías de las sierras de Albacete, donde cultivan tabaco, y al descubrir una montonera de tabaco de somonte que se secaba sobre una sábana, le pedí al dueño que me permitiera catarlo. Lié un pitillo y a la primera fumada sentí la sensación de que me arrancaba las entrañas. "Eso le pasa porque tiene el paladar equivocado", me dijo el abuelo. "Siga fumando y comprobará que es bueno". Y así fue.

No es que se tratara de regalía, pero daba la saborosa plenitud que caracteriza al tabaco maduro, y las volutas dejaban en el aire esa peculiar sahumadura que a muchos encanta aunque no fumen y les recuerda a banquete de boda o a tarde de toros. Por supuesto que si descuidaba la fumarada se apagaba el cigarrillo. Les ocurre lo mismo al mejor puro capero o a las más selectas hebras de cachimbo: que si no se fuman de continuo, se apagan.

Luego cigarrillo que no se apaga jamás, aunque no se fume, y por añadidura carece de su cabal gusto y aroma, es sucedáneo, tiene truco, probablemente lleve aditivos que, si no están controlados por las autoridades sanitarias, pueden enfermar y matar. Y eso es lo que ha revelado el Ministerio de Salud del Reino Unido. Meterle al tabaco (o quién sabe si a hierbas ajenas) ácido cítrico, cacao, sucrosa, cianamida, plomo, amoniaco y así hasta 600 aditivos para acentuar su quemazón, darle un color y un sabor, fijar la nicotina y crear adicción, no sólo es un fraude escandaloso: es un brutal homicidio.

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