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El Congreso argentino sufre un espectacular robo de un millón de dólares

De película. Los ladrones entraron en el edificio del Congreso Nacional argentino, y sin disparos, gritos, ni agresiones, pero con siete rehenes que fueron convenientemente maniatados, se apoderaron el jueves de un millón de dólares. Casi a la misma hora, el presidente Fernando de la Rúa y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Carlos Ruckauf -las dos máximas autoridades del país-, hablaban a la prensa de los acuerdos y desacuerdos entre ambos para endurecer la legislación contra el delito.

El robo en el Congreso es la culminación de la creciente imagen de impunidad que rodea la actuación de los delincuentes. Tres hombres por encima de los 40 años, elegantemente vestidos, entraron en la ilustre sede parlamentaria, en pleno centro de Buenos Aires. Burlaron al personal de seguridad en la entrada, nadie detectó las armas de fuego que llevaban ocultas debajo de sus trajes, entre otras razones porque el detector de metales estaba desconectado."Como entra mucha gente y el detector no diferencia entre un arma, llaves o monedas, la chicharra sonaba por cualquier cosa y resultaba muy engorroso para el público sacarse todas sus pertenencias y ponerlas en una bandeja", fue la explicación de un empleado.

Los asaltantes avanzaron tranquilamente por el pasillo, pasaron junto al retén permanente de la policía federal hasta que llegaron a las oficinas de la tesorería. Allí maniataron a todos los presentes, incluidos un diputado y dos policías. Rompieron los candados de las cajas fuertes que contenían los sobres con el dinero. No cabe duda de que los ladrones disponían de información privilegiada, ya que conocían el dato preciso de que en la tesorería había dinero a pesar de que no era día de pago.

El millón de dólares correspondía a dietas de los diputados y salarios atrasados, según señalaron fuentes policiales. "Estaban muy controlados, no dudaban en absoluto, sabían moverse a la perfección", dijo Silvina Carstens, secretaria de prensa del diputado José Corchuelo Blasco; ambos fueron rehenes maniatados.

El único detalle violento de todo el asalto fue una patada que propinó uno de los ladrones a un policía que intentó desenfundar su arma. Fue rápidamente reducido, al igual que un exdiputado que entró en las oficinas de la tesorería en pleno robo. Con buenos modales, sin gritos ni palabras malsonantes, los asaltantes se fueron por donde habían entrado sin levantar la más mínima sospecha. Todo en 20 minutos.

Vulnerabilidad

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La vulnerabilidad del Congreso argentino ha generado una amplia polémica en todos los medios de comunicación, que estuvo especialmente presente en las tertulias radiofónicas. ¿Fue un delito común o algo más? ¿Qué clase de complicidades en el interior de la Cámara de Diputados tuvieron los asaltantes?, eran algunas de las preguntas más repetidas. El presidente de la Cámara, Rafael Pascual, intentaba explicar lo inexplicable: es muy difícil controlar un edificio al que accede tanta gente, dijo. "Ésta es la casa del pueblo y no se puede palpar en busca de armas a cada uno que entra", fueron sus palabras. Algunos diputados lamentaban que en la tesorería del Congreso no hubiera cámaras de televisión. "A nosotros sí nos filman en los debates parlamentarios", subrayaban.

"La delincuencia humilló al poder", escribía ayer el diario La Nación. "Se metió en su casa, se erigió en autoridad y sancionó a punta de revólver la única ley que le interesaba". La sensación de impunidad frente a la delincuencia y la necesidad de combatirla a cualquier precio es el caballo de batalla del gobernador Ruckauf (peronista), que promueve un endurecimiento de las penas, y se ha convertido en la primera batalla entre el nuevo Gobierno del presidente aliancista De la Rúa y la oposición peronista, que ahora, después de diez años en el poder, reclama mano dura. Ese mismo jueves, los taxistas de Buenos Aires fueron a la huelga para reclamar más seguridad tras la muerte de cuatro trabajadores del sector en los últimos 40 días.

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