Un día en el Canigó ANTONI PUIGVERD
Aquí el mapa está invertido: el Pirineo en el sur y hacia el norte la llanura. Avanzamos entre los cuidados viñedos del Rosellón. En estos primeros dias de febrero los agricultores podan sus viñas y, sobre una tierra de marrón dormido, aparecen los sarmientos amontonados para la quema. De vez en cuando, una pequeña columna de humo se alza sobre el azul desnatado del cielo y se mezcla con el verde taciturno de los bosques. Somos cuatro (tipos más o menos letrados, aunque sólo uno de nosotros es sabio: él es quien nos ha preparado la excursión) y es lunes: el mejor día para darse el gozo de una excursión tranquila. Viramos hacia el oeste, en dirección a Ille-sur- Têt (el sabio dice siempre Illa) y nos adentramos en los Aspres del Conflent. Como en el Ampurdán, los aspres son las tierra altas y desagradecidas, de riguroso secano. En tiempos pasados, fueron trabajadas con esfuerzo impensable por campesinos heroicos. Ahora las ocupan los bosques: árboles sin mucha historia, anémicos y sedientos. Todo está sediento en este invierno. El Canigó sigue bonito, con su perfil de colosal magnolia (la metáfora es de Verdaguer), pero debería estar solemnemente nevado y lo está apenas discretamente.Nos dirigimos a Serrabona atravesando pequeños pueblos: más limpios y ordenados que los nuestros. Son 341 años de Administración francesa y se notan en todo: en la implacable y cartesiana eficacia con que impusieron el francés; y en el urbanismo discreto, sin excesos. Después de una lenta ascensión zigzagueante, llegamos al priorato de Serrabona (siglo XI). ¿Tantas curvas -pienso- para admirar un perfil románico tan común? Entiéndanme: no es feo, pero hay decenas de perfiles románticos parecidos en la Cataluña pirenaica. Nos atienden en un catalán paralítico, que, sin embargo, agradecemos. El claustro ya está mejor: no forma la clásica y cerrada cuadrícula, sino una especie de porche con vistas al sensacional paisaje montañoso. Las columnas, de carnoso mármol rosa, se convierten en la primera sorpresa artística de la jornada: ¡qué bello es el contraste entre el opulento mármol y la austerísima pizarra! Cuando finalmente entramos en la nave de la iglesia, no doy crédito a mis ojos. Ahí está la sorpresa que nuestro benefactor nos preparaba: en el centro de la nave se levanta una refinada construcción interior, una tribuna enteramente construida en mármol rosa y sostenida sobre un pequeño bosque de ornamentadas columnas. El efecto es teatral: una especie de templete de mármol dentro del templo de pizarra. El sabio sonríe al comprobar nuestra fascinada estupefacción. Mientras admiramos los capiteles, nos explica el arcaico sentido litúrgico de esta exótica tribuna, que separaba a los monjes del público, al estilo que todavía hoy se usa en los templos ortodoxos. Merecía la pena la visita, ciertamente: en el solitario priorato de Serrabona resulta que el románico abandonó su severa austeridad para rizar la piedra anticipándose al descocado barroco.
Comemos pasablemente en Villefranche (Vilafranca) de Conflent. El comedor está lleno de banderas y viejos signos catalanes, pero el francés del entorno estimula nuestra conversación. Nuestro sabio acompañante, historiador de la lengua catalana y degustador de las culturas francesa e italiana, comenta lo que Henry Lévy ha dicho a propósito de la reivindicación de Sartre. "Camus ha ganado como tipo humano y como escritor, pero justo es reconocer a Sartre su victoria como pensador". Después hablamos del Barça y, como quien no quiere la cosa, pronuncia una frase sutil, aunque definitiva, que me gustaría que fuera comentada por el Dr. Culé: "El Barça ens està deixant". Después de comprobar que en Francia todavía desconocen el significado de la palabra café, paseamos por Villefranche, vieja plaza fuerte casi en miniatura, con torres y bastiones muy decorativos. Nuestro mentor explica que en Carcasona inventaron hace ya más de un siglo la moda de reconvertir las ruinas en parque temático. Aquí, en verano, no cabe un alfiler. Hoy es lunes, felizmente. Lunes laboral e invernal: estamos solos. Pasamos la tarde en Sant Miquel de Cuixà. Hablamos con los monjes, supervivientes de una vieja escisión montserratina, y nos extasiamos en el claustro. En el ara, bajo la soberbia nave, contemplamos el grafito del famoso obispo Oliva y, en la cripta, admirando una enorme y maciza palmera de piedra subterránea, volvemos a quedar patidifusos. Mientras uno recita en voz alta el epílogo del Canigó, de Verdaguer, admiramos la montaña y la torre románica que este poema personifica. Acabamos en el supermercado Auchan. Hemos pasado el día entre piedras y mitos y lo terminanos comprando vino y queso, la forma menos desagradable de aterrizar.
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