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"Tardabas tanto"

JUVENAL SOTO

Nada avezado en la lectura de este autor, me adentré en las páginas de la que por ahora es su última novela con parecidas precauciones a las que toman los bañistas al estrenar la temporada de playa: primero una minuciosa ojeada, después unos chapoteos cada vez más intensos, y así hasta la inmersión total, que en este caso -mejor dicho, en el caso de mi lectura de esta novela- sólo pude interrumpir cuando ya había leído las dos últimas palabras allí escritas: Carlota Fainberg.

De Antonio Muñoz Molina no había leído, como voy diciendo, más que sus artículos periodísticos, quizá porque mi experiencia de lector me lleva a rechazar aquellas obras que obtienen determinados premios literarios -El jinete polaco- y, más probablemente, porque desdeño lo que viene precedido por cierta multitud de aduladores dotados de criterios casi siempre terriblemente dudosos -El invierno en Lisboa-, por no escribir tan frágiles como sus propias adulaciones. La cosa estaba en que mi ignorancia de Muñoz Molina era ya uno de mis hábitos lectores. Peor para mí. Hoy lo sé. Ahora también sé que leer aquel premio hubiese merecido la pena, y que aquellos aduladores no lo eran tanto porque es posible que incluso se quedaran cortos.

Con este descubrimiento mío de un escritor tan frecuentado, no es que pretenda alardear yo de esa voracidad catecúmena que caracteriza al converso reciente; sí es, más bien, que deseo recomendarles con entusiasmo la lectura de una novela -ésta de Muñoz Molina (Alfaguara, 1999)- en la que partiendo del nombre de una mujer, Carlota Fainberg, se desarrolla con rara perfección aquella teoría expresada por Miguel Delibes -autor al que cita intencionadamente Muñoz Molina en la página 63 del libro que comentamos-, según la cual una novela no pasa de ser la narración de tres propósitos hábil y astutamente conducidos hasta la consecución de un fin: un hombre, una pasión y un paisaje.

Como quiera que el padre literario de Carlota... parece compartir, no siendo éste su exclusivo mérito, la teoría del escritor castellano, hombres y mujeres, pasiones y paisajes -y sentido del humor y sarcasmo y un don muy especial para narrar desde diferentes planos simultáneos- determinan el transcurso de esta novela en la que una frase -"tardabas tanto"-, repetida en varios capítulos por el principal personaje femenino, se me antojó destinada a mí mismo por el propio Muñoz Molina, como si mi anterior ignorancia de su obra y mi retraso en leerla me fuesen reprochados por no sé qué diablo mío de las letras, o no sé qué ángel guardián suyo y de la mejor narrativa actual.

Dos cuestiones más deseo esbozar ya concluyendo: Carlota Fainberg es en su totalidad la exégesis de un poema de Borges, Blind Pew, que el autor ha transcrito antes incluso que la nota introductora que precede al texto narrativo. En dicha nota, Antonio Muñoz Molina reflexiona y nos invita a reflexionar sobre qué es la novela corta y sobre por qué tantas novelas cortas alcanzaron el rango de memorables que a la mayoría de las obras extensas les fue negado. Si La realidad y el deseo resumió la poesía española del siglo XX en cinco palabras, Carlota Fainberg resume la novela del último cuarto de ese periodo en sólo dos.

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