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Reportaje:

Premio a la tenacidad

50 jubilados de Retiro se organizaron hasta vencer a una constructora que quería edificar delante de su casa

Antonio Jiménez Barca

La primera que presintió la amenaza fue María del Carmen Garrigós, de 78 años. Contempló hace meses cómo unos topógrafos tomaban medidas en la estrecha franja de terreno, con forma de L, que hay bajo su ventana. Les preguntó que por qué estaban allí y uno de los técnicos respondió que para poner una valla. "Pero yo sabía que para poner una valla no hacía falta tanto instrumento", recuerda.María del Carmen, con la mosca en la oreja susurrándole alguna desgracia, avisó al presidente de la comunidad de vecinos, Francisco Cortés, de 68 años. El presidente, a su vez, se confió al vicepresidente, Rafael Peche, de 84 años, antiguo aviador de la guerra civil en el bando republicano. Y los dos juntos alertaron al resto de las 50 familias, la mayoría de jubilados, que habitan en el número 17 de la calle de Antonio Arias, esquina a la de Pilar Millán Astray. Tras peloteos burocráticos, el Ayuntamiento les comunicó que había autorizado la construcción de un edificio envolvente de ocho plantas, a sólo tres metros de sus casas, que iba a condenar todas sus ventanas a tener vistas a un paredón de ladrillo. La batalla comenzaba... y los abuelos tenían todas las de perder.

Cortés y Peche contrataron un abogado. Muchas de las jubiladas acudían un día sí y otro también a la Junta Municipal de Retiro a pedir explicaciones y a protestar. Aprendieron lecciones de urbanismo a marchas forzadas, convocaron decenas de reuniones en el portal para buscar soluciones, negociaron con la empresa.... Ésta, a su vez, en vista del jaleo y convencida de que los jubilados no iban a rendirse fácilmente, intentó vender el terreno con la esperanza de que otra constructora se quedara con el regalo envenenado. Nadie lo quiso. Una vecina cuenta ahora que cada vez que unos compradores se acercaban al terreno, un puñado de jubilados, a modo de peculiares guerrilleros, gritaba desde las ventanas que iban a hacer la vida imposible a quien decidiera edificar ahí. Peche y Cortés, sin embargo, aseguran que la lucha, aunque terca, "fue siempre educada".

En diciembre, a pesar de los recursos, de los pataleos, de las visitas al Ayuntamiento y de las cartas remitidas al gerente de Urbanismo, Luis Armada, la constructora plantó las excavadoras y comenzó a horadar el terreno.

Los vecinos decidieron pasar al plan B con urgencia: "Teníamos que ir al ataque". "Nos jugábamos la luz del sol, que a nuestra edad es la vida", explican. Los hermanos Castaño, unos de los pocos vecinos del inmueble menores de 30 años, se encargaron de confeccionar pancartas que colgaron en todas las ventanas del edificio.

Y Peche y sus compañeros llamaron a periódicos, a radios, a televisiones, a la prensa del barrio, a la oposición municipal... y su queja llegó al concejal de Urbanismo, Ignacio del Río, que la semana pasada ordenó revisar la licencia y, tras el examen, revocarla. Los jubilados habían ganado la batalla.

Las máquinas excavadoras siguen todavía en el angosto solar. Pero el batallón de abuelos ahora se asoma a las ventanas no para hostigar al potencial enemigo, sino para hacer con los dedos la señal de la victoria. El premio a su tenacidad.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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