El bumerán del alcalde
Lo que prometía ser una gratificante experiencia política personal se agrió en pocas horas. Alfredo Sánchez Monteseirín subió al estrado que preside el salón de plenos de Sevilla como el símbolo del renacer socialista en el mapa municipal andaluz -en virtud de alianzas- y culminó la jornada del martes 20 de julio de 1999 anunciando a los medios de comunicación que renunciaba al aumento de sueldo aprobado en su primer pleno. Entre ambos hechos, el flamante alcalde desfiló por todos los noticieros como el socialista que estrenó su gobierno de coalición (PSOE-PA) con una mejora de emolumentos. Ha sido, en puridad, la única enmienda asumida públicamente por Monteseirín, que llegó a difundir un comunicado titulado Pequeña historia de una rectificación. Siendo discutible la conveniencia de la subida -la congelación databa de 1991-, parece menos comprensible rectificar sin querer admitirlo. El alcalde pretendió librarse del lastre con una renuncia individual sin tener que plasmar su marcha atrás en otro acuerdo plenario. A la postre, las complicaciones generadas por la vía elegida -fiscales, entre otras- forzó una rectificación en toda regla.
El pasado, como casi siempre, ayuda a explicar el presente. A la vista de este estreno indeseado, Monteseirín ha bregado hasta con lo evidente para impedir que cuajara entre la población la imagen de que vive en permanente estado de retractación. Un temor nuevo, adherido a otros que parecía traer consigo, como el sentirse minusvalorado en algunos círculos -cree que la opinión pública le es favorable, la publicada no- y el deseo de remarcar su autoridad para diferenciarse del estilo con el que su predecesora Soledad Becerril (PP) administró la alianza con el PA.
Concatenados, ayudan a explicar la querencia del alcalde de Sevilla por el lanzamiento de bumeranes, metáfora socorrida para explicar su tendencia natural a anunciar a bombo y platillo decisiones inesperadas e impulsivas que acaban volviéndose contra él. Como si las ideas nuevas le quemaran en la trastienda, lugar donde los políticos hornean decisiones antes de presentarlas listas para masticar. El estilo Monteseirín apunta hacia lo contrario: se agarra una materia prima y se expone a la luz pública en toda su crudeza, aun corriendo el riesgo de que resulte indigerible para los socios. A menudo, sin consultar a los jefes de la cocina. Un hábito al que tampoco será ajena su experiencia en la Diputación.
Así ocurrió con el anuncio sobre la ubicación de la villa olímpica cerca del Polígono Sur, y que hizo trastabillar los cimientos del pacto, aunque el PA se cuidó mucho de airear en público su disgusto. Los andalucistas optaron por devolver el golpe desmarcándose sobre el futuro del solar del Prado. El alcalde soltó su propuesta olímpica sin las bendiciones de sus aliados, y también sin gran concreción. Una idea nueva que quema. Un golpe que evidencia quién es el alcalde. Lo del Bazar España coincidió parcialmente. A la vista de que las negociaciones con el PA para consensuar la medida no avanzaban, Monteseirín lanzó el bumerán ante la mirada de todos sin medir la parábola. Y, casi todos, le han visto herido por la trayectoria de vuelta. Menos él, que odia tener que rectificar.
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