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Tribuna
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¿La industria tabaquera contra la democracia?

Si resulta tan difícil controlar el consumo de un producto tan dañino como el tabaco es porque la industria tabaquera es un negocio formidable, que genera dinero a expensas de enfermedades y muertes prematuras: casi uno de cada dos fumadores acaba falleciendo por causas relacionadas con su hábito. El tabaco es objeto de regulación en los países democráticos: políticas fiscales, restricción de la publicidad, espacios sin humo, forman parte del repertorio de medidas que aplican los gobiernos. La industria tabaquera hace todo lo posible por evitar esta regulación: tanto, que las tácticas seguidas podrían apartarse de las habituales en otros sectores económicos, para aproximarla a negocios de naturaleza más sórdida.En efecto, las demandas judiciales contra las tabaqueras en EEUU han sacado a la luz pública documentos internos reveladores sobre su política en España, de los que se hizo eco EL PAÍS recientemente. Quienes hemos intentado avanzar aquí en la prevención del tabaquismo hemos percibido nítidamente los efectos de la férrea estrategia de la industria: evitar la regulación del tabaco, y si no fuera posible, difuminarla o hacerla más ambigua, para así poder sortearla. Presionar a los políticos; practicar el entrismo en los parlamentos; financiar actividades de universitarios y periodistas afines; crear grupos independientes para defender sus posiciones; invocar la libertad y la tolerancia para impedir la regulación deseada por los ciudadanos; desarrollar costosas campañas de relaciones públicas y publicidad contra los intentos de prevención... Todas estas acciones las ha aplicado la industria tabaquera. En definitiva, una estategia clara dirigida a burlar el proceso democrático.

Además, para hacerlo, la industria no ha dudado en invocar la libertad, intentando vincular arteramente al movimiento defensor de la salud con la intolerancia. Aunque sus objetivos reales son claramente la mejora de sus cuentas de resultados (en definitiva, el ánimo de lucro empresarial), su mensaje social ha buscado disfraces diversos, enlazando con los valores sociales ampliamente compartidos para intentar dificultar los esfuerzos de prevención. Aunque, en definitiva, no se puede engañar siempre a todos: tarde o temprano se sabe, como ha sido ahora el caso. ¡Cuánto debemos a la libertad de prensa!

Valorando el tema de forma global, creemos que ya no es sólo un problema sanitario: lo que está en juego es aún más esencial. Una sociedad no puede asistir inerme a los intentos de desvirtuar la democracia de un grupo de presión, por poderoso que sea. La autonomía de las políticas referidas a la protección de los ciudadanos frente a los intereses económicos ha de ser real. Hoy está bien demostrada la mala fe de la industria tabaquera, condenada en numerosos juicios por prácticas ilícitas tanto en España como en el extranjero. Quizás nuestros gobiernos deberían mantener las distancias respecto a unas compañías tan poco recomendables, y preservar su independencia, para así poder adoptar las políticas de protección de la salud apropiadas.

Joan R. Villalbí y Víctor López son miembros del Comité Nacional de Prevención del Tabaquismo.

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