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El coreógrafo José Montalvo se consagra en Suresnes con su nueva obra de fusión

Blanca Li vuelve al teatro Jean Vilar con su éxito de 1999, 'Macadam macadam'

El VIII Festival de Danza de Suresnes entró ayer en su recta final con la segunda representación de Le jardin io io ito ito, del ya ahora consagrado coreógrafo de origen español José Montalvo. Los bailes callejeros urbanos han sido una vez más la fuente de inspiración en una progresiva desmitificación de cualquier tendencia elitista. El festival lo cerrará la también española Blanca Li, con Macadam macadam, una compleja creación de 1999 que convierte la escena en un espacio para patinadores y ciclistas y que ya fue un rotundo éxito en el pasado Festival de Aviñón.

En el teatro Jean Vilar estaban entre el público la directora de la Ópera de París, Brigitte Lefèvre, y el primer bailarín de esa casa, Jean Ives Lormeau, aplaudiendo a rabiar como nuevos balletómanos de una nueva religión dancística; también especialistas teóricos, críticos y músicos de vanguardia. ¿Qué es lo que atrae a un público tan variopinto a esta muestra singular? De entrada, su seriedad, la manera en que están planteados los espectáculos, donde hay poco lugar a la improvisación gratuita. Su director, Olivier Meyer, ha conseguido que se respete el riesgo y lo multidisciplinar, y, como él mismo expresa, armar producciones que contienen mucho de "buena locura creativa", sin la que es imposible avanzar. Así, otros festivales importantes de danza franceses y europeos se han implicado, como la prestigiosa Bienal de la Danza de Lyón, la Casa de la Danza de esa ciudad, el Théâtre de la Ville y la mayoría de los centros nacionales coreográficos de Francia, células de gestión capaces de vertebrar una rica producción original.Lenguaje 'hip-hop'

La extensión del hip-hop en su vertiente escénica merece estas expectativas. El olfato francés puede ufanarse de haber sido, junto al norteamericano de la costa oeste, el primero en rescatar (que no redimir) estas expresiones de danza y canto. Las letras son una mezcolanza de francés, árabe y chino: es el leguaje tribal de estos urbanícolas natos que han inventado un nuevo port-de-bras tan virtuoso como el de los cisnes del Garnier. En la obra de Montalvo hay otro solo con fondo barroco como el que ofreció Régis Obadia en su estreno, donde un solo bailarín de hip-hop desafía a la gravedad y a la aceleración físicas para hacerse con la música hasta fundirse con ella a la perfección. Si en el solo de Obadia sobre los mismos presupuestos había casi un grito de dolor extremo, en el de Montalvo hay un allegro que hace saltar de las butacas al público.

José Montalvo es el gran desconocido en su tierra de origen. Hijo de emigrantes, su abuela fue una refugiada de la guerra civil (y es evocada en el vídeo de la obra, que empieza y termina con la anciana, dando un poético sentido circular a la pieza). Antes de Le jardin..., con el que ha dado la vuelta al mundo, estuvo en el teatro Central de Sevilla la temporada pasada. Allí apuntó la filosofía de su trabajo: mezclar con alegría. El resultado es ternura, luminosidad y un sincero deseo de que el espectador lo pase bien.

Entre los 17 bailarines hay de todo: hasta un chino, Zheng Wu, que ganó el premio de interpretación en el Concurso de Ballet de París y que posee un salto excepcional. Montalvo ha hecho coreografías dos veces para la Ópera de París, y con éxito. Esta obra mayor le lanza definitivamente a la palestra de la vanguardia francesa. En su obra, España baila con una bailaora que es francesa y se hace llamar Erika La Quica: toca las castañuelas, reta con el zapateado y palmea a los raperos.

En toda la multiplicidad de vocabularios que se han mezclado ante el espectador se trasluce una apertura de tendencias que entusiasma y produce nuevas formas de expresión, un toma y daca de aperturas con elementos sobre los que trabajar. Vemos en continuidad una pantomima donde se leen con claridad realidades como el inevitable teléfono GSM, el portátil DVD y sus auriculares anatómicos, el puño americano, el subidón pastillero, la patada de karate, el bajón posquímico, los cultos animistas, la iconografía del África negra: unos códigos que llegan al vestuario y a los materiales de confección y sus colores o al culto exagerado por las zapatillas de deporte.

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