El 'Rilos' se resiste a dejar Ereaga
El Rilos sigue soportando sobre su maltrecho casco las embestidas de las olas dentadas que rompen frente a la playa de Ereaga en Getxo. Como en una ceremonia mágica, todo estaba preparado en la madrugada pasada para desembarrancar el buque clavado en un lecho de roca y arena desde el pasado 27 de diciembre. La luna fue testigo del fracaso. La fuerza de dos remolcadores de 16.800 caballos de potencia, la pleamar anhelada durante semanas y la pericia humana no fueron suficientes para arrebatar al mar las 7.600 toneladas del buque Rilos. Los cabos de los remolcadores se rompieron: faltaron, como dicen los marinos.
Eran las cinco y diez de la madrugada del sábado cuando las luces del Alonso de Chaves y Punta Mayor se alejaban del mercante cubano. En apenas una hora, la esperanza de reflotar el barco se frustraba. En la playa de Ereaga rebotaba sobre un muro el eco de los gritos descontentos de los técnicos. Ya sólo les quedaba una oportunidad: la última. A las tres y media de la madrugada del domingo las mareas vivas alcanzarían de nuevo los 4,72 metros. Había que intentarlo.
Madrugada helada del sábado. La decena de especialistas estaban preparados. Al frente, Pedro María Gil, director de Coordinación y Operaciones de Remolques Marítimos. La hora bruja:las 4.38 de la noche del sábado. Los protagonistas, los remolcadores: el Alonso Chaves, con base en el Cantábrico, de 8.600 caballos de potencia, 57 metros de eslora, 13,3 de manga y velocidad máxima de 16 nudos, y el Punta Mayor, trasladado desde puerto de Algeciras para la operación, con una potencia de 8.000 caballos, una eslora de 60 metros, una manga de 12,8 y velocidad 14,4 nudos. Eso era todo: la presteza del hombre y la fuerza de las máquinas.
Como un hechicero, Gil dio la orden de empezar la ceremonia a las cuatro y cinco de la madrugada del sábado. Los remolcadores tirarían de forma alterna siguiendo un ritmo zigzagueante. Los cabos de 5,6 centímetros estaban conectados a unos soportes llamados bitas, colocados en la popa del Rilos. La distancia entre el buque y los remolcadores, unos 15 metros. El Punta Mayor, con Gil a bordo, fue el elegido para empezar. Comenzó a tirar. Tensó. La operación duró un minuto escaso. De repente, un estruendo rompió el silencio nocturno. Se había roto el cabo.
Se templaron los nervios. Todavía quedaba indemne el cable del Alonso Chaves. Se intentó con el remolcador en solitario. No había olas altas, el aguaje, que llaman los marinos, que alzaran el buque y facilitarían la maniobra. Gil volvió a dar la orden a las 4.40 horas. Durante 20 dramáticos minutos, los 8.000 caballos de potencia del remolcador trataron de arrastrar los 120 metros, de los 163, de eslora del Rilos, embarrancados en el fondo. No lo consiguió. El cabo no lo soportó y se rompió.
En la orilla y en el espigón del Puerto de Getxo, decenas de curiosos que vencían los ocho grados con termos de café o cerveza abandonaban decepcionados. Al amanecer, bajo un velillo de bruma, se alzaba fantasmal el Rilos.
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