Sentimentales y exquisitos RUTH TOLEDANO
Que los seres humanos son diferentes entre sí es una verdad de Perogrullo. Pero no está de más recordarlo para que no se nos olvide. Una vez que la naturaleza nos confiere la esencia y la apariencia de nuestra especie, lo determinante entre las personas es justo aquello en lo que se distinguen de otras. No todas las personas se parecen: una de las apreciaciones más ramplonas y groseras es aquella que, en boca femenina, asegura que todos los hombres son iguales y, en boca masculina, que lo son todas las mujeres. No es cierto. Hay hombres y mujeres mejores y peores que muchos otros de su mismo género, admirables o detestables, muy distintos de otros miembros de su categoría hormonal. Y lo que marca la diferencia, aparte de cuestiones biológicas y anatómicas, está en relación con su calidad moral, que en la vida cotidiana se desvela a través de su actitud ante una misma circunstancia de la realidad, en su contacto con la naturaleza de la que forman parte.En los últimos días se han producido en Madrid un par de acontecimientos que ilustran muy claramente la distinta índole de las personas. Por un lado, los 350 asociados de la Organización Empresarial Española de Peletería logran que la Empresa Municipal de Transportes retire de 50 autobuses una campaña publicitaria de la Asociación Nacional para la Defensa de los Animales (ANDA) en contra del uso de los abrigos de pieles. Para empezar a hacernos una idea de por dónde va el poder, basta comparar cifras: sólo en Madrid, ANDA cuenta con 2.499 asociados, más unos 1.800 en el resto de España. Democrática decisión la de la EMT. Valiente decisión la de este servicio público, que se deja presionar por 350 traficantes de un dolor que, claro, mueve al año medio billón de pesetas. La cabecilla de los desalmados peleteros se llama Maruja Rincón y declaró al respecto: "Nos regimos por estudios científicos, no por sentimentalismos".
Sus palabras me recordaron la entrevista realizada recientemente a una destacada diseñadora española de pieles y publicada en el semanario de un diario nacional bajo este literario epígrafe: "Sentido y sensibilidad". Con envidiable habilidad retórica, la periodista presenta así a esta moderna y aplaudida Cruella de Ville: "Vive inmersa en un mundo marcado por la belleza, de refinado buen gusto, de exquisita sensibilidad. Su hogar se ha convertido en un universo creativo". Qué profesional capacidad para la ironía. Difícil, relacionar la belleza con la agonía a palos de las focas; difícil, relacionar el buen gusto con una prenda que chorrea sangre inocente; difícil, relacionar el concepto de hogar con las angostas jaulas donde desfallecen tiernas crías de bisón cuya única expectativa es la muerte innecesaria. Exquisita perversión, la de esta clase de sensibilidad. Sí, los que defendemos los derechos de los animales, aun desde nuestra condición de seres omnívoros pero industriosos, que puede que necesiten seguir manteniendo la rueda alimenticia natural pero que también han inventado el tejido sintético (lo que se entiende por progreso, es decir, por mejorar el mundo), sí, somos unos sentimentales; tanto, que hasta nos afectan los sentimientos de seres que no se nos parecen.
Pero ahí, justo en lo que Doña Maruja define como "sentimentalismos" y que en realidad atañe a la sensibilidad, radica la diferencia entre las personas mejores y las peores. Pues en estos mismos días también ha desfilado por la calle de Hortaleza la tradicional romería de San Antón, patrón de los animales, y hemos podido comprobar lo distintos que somos unos de otros. Allí se acercaron muchas personas con sus mascotas, esa gente sentimental que lleva a los animales en brazos y hace esa cosa tan tonta y reprobable que es dar besos en lugar de golpes, esas señoras vulgares que visten abrigos de paño y cuyo universo creativo se reduce al renqueante paseo por el barrio con su querido "mil leches", esa gente ridícula que pone jerseicito a su perro viejo para que no pase frío, esos tipos excéntricos que acarician serpientes en lugar de hacer jirones la piel preciosa que les pertenece. Qué diferentes, ciertamente, las marujas que dedican su afecto a feúchos seres vivos sin pedigrí, qué distintas de aquéllas Doñas Marujas que viajan, exquisitas, alrededor de un mundo ensordecido de alaridos a su paso. Qué diferentes de los sentimentales, los exquisitos asesinos.
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