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La chiripa

Había resuelto no empeñar un duro más en las cotidianas ofertas de la fortuna. Ni loterías, quinielas, bonolotos, maquinitas, etcétera, con lo que renunciaba a cerrar su ciclo vital de forma ostentosa y confortable. Las primeras reflexiones del nuevo año -para él significaba el nuevo siglo, pues ¿qué diablo viene después de 1999?- le llevaron a conformarse con el modestísimo sueldo de jubilado."Entre las muchas limitaciones que condicionan la vejez", me decía, "está la práctica imposibilidad de heredar a nadie, porque los testadores, en general, suelen ser de mayor edad que el legatario. Sería noticiable y no imposible que un nieto acaudalado le dejara la fortuna a su abuelo". "Morrocotudo", apostillé, por decir algo. "Tampoco disponemos de las energías y plazos para emprender negocios exitosos, si no lo hicimos previamente", continuó con clarividencia. Estaba charlatán el caduco contemporáneo con el que coincido en el banco de la glorieta. Y bien abrigado, con un morrión de astracán imitado en la cabeza y una bufanda envidiable. "Pelo de camello, toque, toque. Regalo de mi hija".

"Año nuevo, vida nueva", pensaba yo, que todos los enero mantenía idénticos y desmayados propósitos. "Esta vez estuve a punto de no jugar en la lotería del Niño, pero claudiqué en el último minuto para comprar un solo décimo y querrá usted creer que terminaba en 8, la única cifra cuya casilla estaba vacía. Si el Estado tiene dificultades presupuestarias es mejor que se haga a la idea de no contar conmigo. Ni fumo, ni bebo, así que los viejos monopolios...". La amenaza quedó en el aire frío de la mañana.

"¿Y la ilusión?", aduje sin énfasis. "Era lo que me empujaba a tener ese azar tan cercano y repetido. Claro que es importante y cuenta esa animosa perspectiva, que quizá valga lo que cuesta el billete o el boleto. Soñaba con la fortuna, no con la gran fortuna, unos milloncejos, unos miles de durillos y me recreaba en el destino que les daría, con qué generosidad compartiría el premio. Tanto para Fulanito, tanto para Mengana, esta cantidad para el nieto, aquel regalo para la amable enfermera del ambulatorio. ¿No ha pensado usted así, también?". "Naturalmente".

"Llevo años repartiendo una riqueza que nunca llega y, la verdad, termino atribuyéndome la culpa de que esos propósitos se frustren, queden incumplidas las ímtimas promesas, burladas las generosas intenciones. Antes del sorteo me sentía liberal, pródigo, dispuesto a sembrar el bien y surtir de felicidad a mi prójimo. Incluso había pensado, creáme, por favor, en usted...". Le lancé una mirada de soslayo, sospechando que se echaba un farol a mi costa. En ese momento sacó del bolsillo del abrigo un cucurucho y empezó a desparramar migas que atrajeron a unas ateridas y voraces palomas.

"He pasado por todas las supersticiones, algunas tan ridículas que sería incapaz de confesar. Sumaba los dígitos de las matrículas de los coches, pensando que si se repetía la suma final el número debía ser apostado, era una premonición. Por cierto, hace tiempo que no veo a un jorobado, aunque no piense de mí que les pasara el resguardo por la giba, nunca me hubiera atrevido, pero recordando mis estancias en Italia retuve el gesto de apropiarme esa suerte humedeciendo en saliva el pulgar de la mano derecha, mojando con él la palma de la otra mano y golpeándola después con el puño cerrado. ¿Lo ha hecho usted alguna vez?". Cortésmente repuse que no lo recordaba.

"¿Daba usted buenas limosnas a los avispados mendigos que se instalan en las inmediaciones de las loterías, en las que entraba asiendo lo que sería vergonzoso decir, hábito también napolitano?". Terminadas las migas, entrecerró los párpados. "A veces he merodeado cerca de una casita que hubiera comprado, distribuyendo habitaciones entre los allegados, construyendo una piscina climatizada, una cancha de tenis e incluso satisfaciendo el malogrado y egoísta sueño de una mesa de billar para mí, aunque no he agarrado un taco desde la juventud. Hice votos, juramentos, compromisos perpetuos, convoqué a la suerte, la chamba, la chiripa. Ahora renuncio. Sólo me queda una cosa".

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"¿Qué...?".

"El milagro, y si lo es de verdad, pienso que ni siquiera necesito jugar".

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