Un líder en el tiempo de descuento
Una de las muchas paradojas del PNV es que una persona vaya a permanecer más de un cuarto de siglo al frente de un partido cuya ley no escrita alerta contra el culto a la personalidad y la perduración en el poder. Pero el nuevo mandato que ayer inició Xabier Arzalluz (Azkoitia, 1932) tiene sabor a prórroga. Son las actuales circunstancias del PNV, muchas de ellas inducidas por él, las que imponen que siga, después de haber acelerado en 1998 la retirada del lehendakari Ardanza.Arzalluz ha dicho en varios momentos que no es bueno cambiar de caballo en medio de la corriente. Y lo cierto es que el PNV, con el señuelo de la paz, nada desde hace dos años en un río de radicalidad nacionalista que no sabe adónde le puede llevar. El PNV necesita en estos momentos a Arzalluz para que la peligrosa travesía de la mano de Herri Batasuna, vista con prevención cuando no con rechazo por importantes sectores peneuvistas, no lleve al partido a situaciones límite. La vivencia dramática de la escisión de Eusko Alkartasuna en 1986, en la que Arzalluz tuvo un papel estelar, perdura en la militancia, lo que lleva a poner sordina a la crítica interna.
El renovado presidente del EBB ha ejercido en este periodo un liderazgo definido por su peculiar personalidad, que ha tendido a identificar con el espíritu centenario del partido. Desde su agridulce experiencia como portavoz del Grupo Vasco en el Congreso durante el periodo constituyente (1977-79), Arzalluz nunca ha vuelto a ocupar una responsabilidad de elección pública. Su terreno ha sido desde entonces la trastienda del PNV, en el que ha apuntalado la incompatibilidad entre cargos públicos e internos. Y también el principio, cuasi teológico, de que las instituciones pasan, por lo que sus responsables deben limitarse a gestionar, mientras que el partido permanece, y es a éste a quien compete la tarea de "hacer" política.
El presidente del EBB se ha movido sobre todo por intuiciones para lograr que el PNV mantuviera la tupida red de poder que consiguió a principios de los 80, cuando representó la tendencia más renovada e institucional del viejo partido de Sabino Arana. Pero en estas dos décadas al timón -exceptuando un paréntesis más virtual que real de dos años- ha renunciado a definir una propuesta ideológica más abierta, que permitiera extender el partido a otros sectores de la sociedad vasca y navarra. Por convicción o sentido práctico, él mismo ha limitado su misión a la tarea de preservar y transmitir las supuestas esencias originarias del nacionalismo.
La expresó al definirse como "el perro guardián del caserío" y la ha llevado a la práctica con su verbo inflamable y habitualmente inflamado, siempre entre el desdén y la ira. Con el tiempo, las explosiones oratorias de Arzalluz se han hecho cada vez más frecuentes, hasta identificar su liderazgo con su pasmosa capacidad para levantar tempestades. El mecanismo es conocido. El tribuno agita las aguas con alguna expresión desmesurada, provoca reacciones no menos desmedidas por parte de "ellos" y se convierte en "linchado", aglutinando en torno a sí al conjunto del partido; incluso a quienes discrepan.
Más que un líder de proyecto, Arzalluz ha sido un líder de poder, más amigo de improvisar que de planificar. Antes que doctrina, ha creado un estilo de decir las cosas. Se ha preocupado sobre todo de mantener los múltiples equilibrios -ideológicos, territoriales y de interés- que sostienen a un partido-comunidad tan complejo como el PNV, rodeado de unas ejecutivas (en teoría colegiadas) que ha eclipsado con su discurso y presencia públicas. Nadie como él ha personificado la naturaleza dual de su partido, en el que coexisten el espíritu pragmático, conciliador y pactista, y su alma mesiánica y arrebatada: los hijos de Aguirre y los hijos de Monzón.
En los últimos tres años, sin embargo, Arzalluz ha desequilibrado la balanza hacia esta segunda alma. Quizá, de nuevo, por intuición, o por cansancio, o porque ha pensado que la búsqueda de la paz a toda costa y de la unidad nacionalista, de conseguirlo, podían dar sentido histórico a su prolongada carrera política. Angustiado por la persistencia del irredentismo violento y por el estancamiento electoral del nacionalismo moderado -hegemónico, pero con problemas de implantación en los núcleos urbanos, en Vizcaya y Guipúzcoa, desplazado en Álava, minoritario en Navarra y testimonial en el País Vasco francés-, Arzalluz ha dado el visto bueno a un arriesgado salto para enlazar con los postulados políticos del nacionalismo radical. A las primeras objeciones internas replicó que muchos de su partido habían echado "michelines" en los despachos. Pero los ejercicios que ha impuesto a su militancia pueden ser excesivos para un partido tan veterano como el PNV.
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